La oveja Dolly, que vivió seis años, fue disecada y está en un museo en Edimburgo. Foto: AFP
Muchas predicciones apocalípticas respecto a lo que vendría después del nacimiento de la oveja Dolly en 1996 aún no se han cumplido. Dos décadas después, la comunidad científica internacional todavía no anuncia que un ser humano haya sido clonado, o que un niño fallecido antes de tiempo haya vuelto a nacer gracias a la transferencia nuclear, que permite crear un nuevo mamífero sin que intervengan dos progenitores.
Pero aunque se trata de una técnica con un costo elevado -casi USD 11 000 por animal-, los criadores de bovinos en Europa y EE.UU. se han convertido en usuarios frecuentes de la misma con el objetivo de mejorar la raza de sus rebaños.
Animales con alto nivel genético han sido clonados, consiguiendo así vacas capaces de producir mucha leche así como cerdos y ovejas con carne de altísima calidad.
De acuerdo con un reporte de la Agencia France Presse, la Food and Drug Administration (FDA) estadounidense, se autorizó en el 2008 la comercialización de productos procedentes de animales clonados y de su progenie al estimar que los mismos eran “tan seguros como los de los animales convencionales”.
Pero mientras en la Unión Europea las asociaciones de consumidores reclaman a las autoridades un correcto etiquetado para conocer si la carne que ponen en su plato proviene de animales clonados o no, en China -donde la demanda de este alimento crece exponencialmente- se construye y promociona a todo pulmón una planta de clonación de distintos animales. La sociedad Boyalife promete 100 000 embriones de vacas en ese país hasta el 2017, y a mediano plazo de un millón por año.
Nos encontramos en un contexto en el cual, según el Programa Mundial de Alimentos (PMA), una de cada tres personas en el mundo sufre malnutrición. Y solo por efectos de los fenómenos El Niño y La Niña se calcula que 60 millones de personas están en riesgo de inseguridad alimentaria. Y en medio de la carrera contra el tiempo frente a los efectos del cambio climático, más de uno se pregunta si la manipulación genética -carne clonada, cultivos transgénicos– no puede convertirse en la respuesta a la necesidad de producir comida en forma más eficiente.
En ambos casos hay defensores de su inocuidad para la salud humana como grupos que mantienen encendidas las alertas sobre sus riesgos. Lo cierto es que los consumidores finales aún están lejos de tener la posibilidad de tomar una decisión, porque en la mayoría de los casos no tienen opciones o simplemente no tienen conocimiento pleno del origen de lo que ponen en su mesa.
En Argentina, Brasil, Canadá y Australia, se comen filetes de animales que pudieran ser hijos de un clon. Las etiquetas en los supermercados no lo dicen, porque no hay una obligación para ello. En cambio, lo que sí se vuelve un negocio floreciente son las carnes etiquetadas como ‘orgánicas’ o vegetales ‘sin transgénicos’.