Silvia Masaquiza aprendió a tejer las chumbis de su padre Baltazar. Esos conocimientos los transmitió a su hija. Fotos: Glenda Giacometti/ EL COMERCIO
Las gráficas que los artesanos plasman en el tejido de las chumbis hablan de la naturaleza, la flora, la fauna, la vida cotidiana, las fiestas ancestrales, la cosmovisión y su historia. También, se puede identificar si una persona es soltera, casada o viuda.
Estas prendas que ajustan los anacos son importantes en la vestimenta de las mujeres de Salasaka, Chibuleo y de otras comunidades indígenas de Tungurahua y del país.
Estas resaltan sus atuendos compuestos por el anaco, la blusa blanca con bordados hechos a mano y la bayeta de colores morado, verde o rojo.
En la chumbi, que mide 2,50 metros de largo y de 10 a 15 centímetros de ancho, sobresalen los colores como el morado, verde, rojo, azul y negro. En la parroquia Salasaka Silvia Masaquiza y Carlos Jerez tejen en pequeños telares.
Silvia Masaquiza cuenta que adquirió esos conocimientos de su padre Baltazar, de 58 años. Su progenitor aprendió de sus abuelos y sus padres, luego los trasmitió a sus hijos, por eso mantienen intacto el diseño de las chumbis que son similares a los que aún usan los taitas y mamas de esta comunidad ubicada en la vía Ambato-Pelileo-Baños.
Su esposo Danilo también efectuó una investigación, en sus recorridos por Bolivia, Perú y el Ecuador, sobre la Chumbi. La mujer, de 32 años, con agilidad separa los hilos de lana de borrego en un telar hecho de madera que su padre diseñó para evitar amarrarse los hilos en la cintura. Ahora se sienta en un pequeño taburete que casi está a ras del piso.
Luego cruza los ovillos de hilo de diversos colores de un lado a otro formando las figuras de la chumbi. Explica que en sus fajas pone énfasis en la vida cotidiana del pueblo de Salasaka.
Allí cuenta la fiesta de los capitanes, el Inti Raymi y otras celebraciones antiguas que aún mantiene el pueblo localizado al oriente del Ambato.
Imágenes como los danzantes autóctonos de la parroquia, los caporales y más grafican los artesanos de esta comunidad indígena que aún mantiene intacta su vestimenta.
“Mi padre y mis otros cuatro hermanos tejen las chumbis. La mayoría de los tejidos son obras que las mujeres de la comunidad nos dejan. Hay más trabajo en noviembre por la fiesta de Finados. Allí hombres y mujeres visten nuevos atuendos”, dice Silvia.
Su hija Mishell Masaquiza heredó esos saberes. La técnica la perfeccionó a los 11 años. Ahora es una de las expertas de su comarca.
Dice que está orgullosa porque a través de esta prenda se cuenta la historia y la vida del pueblo. Una de estas prendas puede costar entre USD 100 y 160. En tejer se tardan dos semanas.
En la comunidad de Guamanloma, Carlos Jerez, de 19 años, también es unos expertos tejedores de la Chumbi. En su pequeño taller ubicado a un costado del centro de Salasaka tiene más de 20 de estas prendas. Muestra cada una de estas y dice que son antiguas.
“Las más antiguas casi no tenían muchas imágenes, pero se representa a los danzantes y personajes de las fiestas”.
En su casa aún utilizan los telares de cintura que ayudan a templar los hilos.
Para eso debe sentarse en el suelo y estar erguidos y solo mover la cabeza y las manos para cruzar los hilos. Las chumbis que confeccionamos son diferentes a las de las otras comunidades de Tungurahua y del país.
En Chibuleo, al sur de Ambato, las fajas que tejen José Sisa y su esposa Nancy, en el pueblo Chibuleo, cuentan en las imágenes si una persona es soltera, viuda o casada. Estas están representadas con figuras como la llama, la mujer indígena o las ollas de barro.
Los gráficos se complementan con las espigas de la cebada y de la quinua. “El camino en zigzag representa la vida. La naturaleza y el agua”, dice Sisa.