La Banda Intercultural de la Unidad Educativa Monseñor Leonidas Proaño, en el Mushuk Nina, en Pucaratambo. Foto: William Tibán para EL COMERCIO
La ceremonia del año nuevo andino que se celebró en Pucaratambo, un centro ceremonial indígena de Chimborazo, se inició al ritmo de la música que entonaron los estudiantes de la Unidad Educativa Monseñor Leonidas Proaño.
Ese centro de estudios cuenta con una banda rítmica de instrumentos andinos y también con un grupo musical integrado por los docentes de la institución, porque para ellos la música y la ritualidad andinas también ofrecen oportunidades de aprendizaje y de reconexión con sus raíces.
Según Dimas Gaibor, director del distrito Riobamba y Chambo del Ministerio de Educación, las experiencias artísticas e interculturales también son parte de las enseñanzas que se imparten en las escuelas bilingües de la provincia. Los rituales incluso están incluidos en el calendario vivencial académico de las escuelas. “Todas las expresiones artísticas y culturales que se viven en las comunidades son parte de la formación académica de los estudiantes y del sistema educativo. Eso incluso consta en el currículo nacional de educación intercultural bilingüe”, afirma Gaibor.
La Unidad Educativa Monseñor Leonidas Proaño, es una de las entidades que promueven el rescate cultural. Casi la totalidad de sus estudiantes se identifica con la etnia indígena Puruhá y proviene de familias de campesinos que migraron a Riobamba.
“Por eso nunca nos sentimos identificados con las bandas de guerra que todas las escuelas presentaban. Nosotros necesitábamos algo propio, por eso tenemos nuestra banda de instrumentos andinos”, cuenta Luis Pinduisaca, el rector.
La banda andina se presenta en los eventos cívicos más trascendentes de Riobamba y las parroquias rurales, pero también hacen actuaciones especiales en las celebraciones del calendario andino y en las ceremonias.
Ellos entonan sanjuanitos, tonadas, danzantes y otros ritmos típicos indígenas. La institución recibió varios reconocimientos por la originalidad de su proyecto musical y la autenticidad de sus presentaciones, que en algunas ocasiones también incluyen bailes.
La banda está integrada por 150 estudiantes que tocan charangos, bandolines, guitarras, quenas, rondadores, chagchas y otros instrumentos andinos. Ellos se preparan durante cuatro horas a la semana para sincronizar sus marchas y movimientos a las melodías originarias indígenas.
Las canciones que entonan hablan sobre las prácticas cotidianas en el campo, las creencias indígenas y su cosmovisión. Los chicos reciben clases de música después de su horario académico regular e incluso practican varias horas más en sus hogares.
“Uno de los problemas más graves de la migración es la distorsión de la cultura. Los niños y jóvenes salen del campo y se olvidan de su idioma y de sus prácticas. Con este proyecto, buscamos que los chicos vuelvan a aprender lo que sus abuelos les enseñaron”, cuenta Luis Damián, parte del grupo musical de docentes.