Pajonales volvieron a crecer en la cima de los cerros. En la parte baja hay pinos. Foto: Raúl Díaz para EL COMERCIO.
Conseguir agua potable para las 380 familias que habitan en Cebadas, una parroquia situada a 30 minutos de Guamote, fue una lucha que duró 12 años. Ahora la gente de las comunidades y de la cabecera parroquial está comprometida con el cuidado de ese recurso.
En una de las paredes del coliseo que los socios de la junta administradora del agua construyeron en esa parroquia, los jóvenes y niños pintaron el proceso de captación del agua que ahora llega hasta sus casas. Antes tenían que obtenerla con baldes y otros recipientes que llevaban a los ríos y arroyos más cercanos.
En la pintura, los niños graficaron los dos sitios que ahora abastecen a Cebadas: los cerros Chayguazo y Laurel. También pintaron la planta de tratamiento, donde los mismos socios procesan el agua con hipoclorito de sodio para que sea apta para el consumo.
“La gente estaba desesperada porque no teníamos agua. Una de nuestras fuentes de captación empezó a secarse; antes fluían cinco litros por segundo y hoy solo hay uno”, cuenta Marco Maldonado, presidente de la Junta.
La desaparición de los animales de páramo que antes abundaban, como las codornices y pavos de monte, también les alarmó. La gente reconoció que las quemas frecuentes de pajonales, el avance de la frontera agrícola y la tala de vegetación nativa empezaba a causar impacto.
Cuando la captación con tuberías se inició en el 2006, también empezó un proceso de conservación de las zonas de recarga hídrica y de las vertientes. Lo primero que hicieron fue adquirir los terrenos aledaños a las fuentes y permitir que la vegetación nativa se regenerara. En la actualidad, los pajonales, laureles, sigses, tilos, yaguales y otros arbustos, cubren y protegen la zona.
Otra medida fue prohibir el ingreso de animales a las zonas de recarga. El ganado vacuno, caballos y borregos estaban destruyendo la vegetación nativa que actúa como una especie de esponja que retiene el agua y luego la libera lentamente en forma de gotas que alimentan las vertientes.
Sus pezuñas duras aplastaban las almohadillas y el delicado ecosistema de páramo empezó a afectarse. Ahora las vertientes están cerradas con alambres de púas y cercas vivas de vegetación que impiden el ingreso de animales y personas no autorizadas.
Ángel Parco es el operador de la planta de tratamiento y el guardián de ambas zonas. “Cuidar el agua es una responsabilidad muy importante. Antes no nos dábamos cuenta que estábamos acabando con las fuentes, pero ahora hasta hay multas para quien daña los cerros”, cuenta Parco.
Los técnicos de la Secretaría Nacional del Agua visitan constantemente las vertientes. “Esta es una de las parroquias con mayor organización respecto a sus recursos hídricos. Hemos acompañado el trabajo de recuperación ambiental que hicieron”, dice Jorge Guerrero, técnico de Senagua.
La gente sueña con un nuevo proyecto que les ayude a sanear los ríos: alcantarillado y una planta de tratamiento de aguas servidas. Gran parte de los usuarios no disponen de ese servicio básico, sino que cuentan con letrinas. Mientras que las aguas servidas de quienes sí tienen esa conexión se desfogan en los ríos.
“Queremos una planta para tratar el agua antes de liberarla en nuestros ríos para no contaminarlos más. Ya tenemos el proyecto”, dice Maldonado.