El valle del Chota (foto de la década de los 80) es parte de la zona donde se asientan unos 25 000 afroecuatorianos. Una rica tradición cultural y musical rodea a estos pueblos. Foto: Archivo/ EL COMERCIO.
Las publicaciones efectuadas en el país sobre temas costumbristas son reducidas. En su mayoría son producto de recopilaciones de tradiciones orales en donde se busca reconstruir escenas proporcionadas por gente de edad avanzada, que guarda en su memoria narraciones del pasado. La fiabilidad en cuanto a la veracidad de los hechos es relativa.
Para que estas ediciones se conviertan en motivo de nuevas investigaciones, sobre todo antropológicas, deben reforzarse con fuentes primarias. Estas se refieren a documentos que permiten una información veraz y permanente en las cuales confiar, dado que son testimonios escritos, que a diferencia de los orales, pueden ser analizados y comentados de forma técnica por especialistas en la materia.
Una de esas tradiciones tiene que ver con la celebración del Día de Difuntos, efectuada en varias regiones del Ecuador el 2 de noviembre de cada año. Es el tiempo de evocación de los muertos, a quienes se recuerda por medio de numerosas ceremonias y actos.
Es común ver, sobre todo a grupos indígenas, evocar la memoria de sus antepasados, para lo cual efectúan rituales que las nuevas generaciones, poco a poco, se resisten a practicar. De todos modos -y para bien de la cultura nacional-, nuevos dirigentes comunitarios y educadores buscan inculcar en niños y jóvenes la necesidad de conservar la rica tradición de sus mayores.
En el caso de los afroecuatorianos, históricamente no se registran mayores datos sobre la forma en que honraban la memoria de sus difuntos, toda vez que muy pocos estudiosos han dado relevancia a las costumbres de tan importante grupo humano, que ahora vive sobre todo en las provincias de Imbabura y Esmeraldas. La primera es descendiente de los antiguos esclavos que laboraron en las grandes haciendas localizadas en la zona del Coangue, conocida actualmente con el nombre de valle del Chota.
Es importante el trabajo que han desarrollado investigadores que habitan en el valle del Chota (‘Tradición oral afro se recupera en la Sierra Norte’, EL COMERCIO, 11 de marzo del 2015). Iván Pavón Chalá, por su parte, recoge la memoria oral de varios habitantes de la zona, todo lo cual constituye una demostración del interés por conservar sus costumbres.
En el archivo del convento de La Merced, de Quito, existe un informe del administrador de una propiedad llamada Tauruchupa “que los mercedarios tenían en la zona de Urcuquí y que corresponde a finales del siglo XVIII (1798). Allí habla sobre las creencias de los esclavos negros sobre la muerte, con la circunstancia de que el religioso -cosa rara- tuvo la precaución de recoger a su modo las palabras pronunciadas por quienes le comentaban sobre sus creencias y formas de ver a los espíritus del bien y del mal.
“…me llamó la atención de que el negro Celestino, que hacía las veces de capataz de la cuadrilla que trabajaba en la elaboración de cabuya, no se presente al trabajo, a pesar de que el día anterior yo mismo le entregué su ración de panela, carne y granos. Estaba sano y robusto a sus sesenta años, más o menos (…) cuando llegué a su choza estaba pálido, su mujer, la negra Hortencia, a quien todos tenían gran afecto por su bondad llamándola ‘Matencia’ estaba en una esquina de su casa preparando un brebaje medicinal, llorando me dijo en su lenguaje tradicional ‘Padrecito, yo ca’ le dije a ete negro que no vaya denoche al hoyo pa’ vé un par de chivo que no asomaban dende temprano, pero este ca’ es necio y dice que ha visto al catatumba en forma de chimbilaco (murciélago) quia salido volando dende dentro del hueco y lo ha tumbao con sus alas (…) llegó boquiando y sin habla y ansí esta dende que llegó. Anoche no ha dormio nada y anda que bota espuma por la boca y a ratos no se le entiende ni lo que habla, con suerte ahora ta’ medio güeno’. Entonces me acerqué a su pobre lecho, para preguntar al negro qué pasó y balbuceando me dijo que quería confesión porque moriráporhaber visto al catatumba…”.
“Una vez que le administré los santos óleos, regresé a la casa y llamé al negro Serapio Chalá, que había sido criado desde niño en la casa de hacienda, por cuanto su madre murió luego del parto y su padre huyó de la hacienda, razón por la que era de gran confianza. Me dijo santiguándose que como ya se acercaba el Día de Finados, el espíritu llamado catatumba es un diablo perverso en forma de chimbilaco, que andaba buscando un negro para llevárselo ‘y busca al más güeno, trabajaor y honrao. Lo agarra del pescuezo con sus alas y lo enferma dándole calentura y mal de asiento a cada rato, hasta que deslíe de tanto sudor y dolor hasta que muera. Este Celestino, como sabe su paternidá, es de lo mejorcito quiay aquí. Anoche mimo, cuando la negra de su mujé me vino a contá, fuimo toitos a su choza para rezá a la Virgen del Carmen, pa’ que no se lo lleve y le haga la guerra al catatumba y lo fuetee con su escapulario (…) también le dimo la alvertencia de almas y los rezo sobre los dijuntos, pa’ que no se haga de morí (…)’. Le pregunté cuales eran las advertencias de las almas, por cuanto nunca me hubiera imaginado que los negros tenían sus cosas de leyendas y misterios. Me dijo “Vera, su mercé, cuando un negro ve o ha sido tumbao por el chimbilaco, tiene que ir aunque boquiando a su casa, poné una palma de sauce en la puerta de la casa en forma de cruz, diasi tiene que mandá por agua bendita y bañase ya mimo de cuerpo entero con agua de sábila y tigraisillo. Si es viejo tiene que llamá a todos los muchacho para que seyan buenos y obedientes, nada pellaringos ni defeitosos entre ellos, pa’ que taita Dios los libre de los diablo, sobre todo en tiempos de finaos, y que si de por pura mala suerte vean a un chimbilaco se acuesten en forma de cruz y digan: ‘Santo juerte, santo inmortal, santo poderoso líbrame del catatumba y hacelo ciego, tonto y mudo para que no me veya, no me haga seña y no me chille y se vaya a los huecos de donde salió’.
Eso ca’ se reza con fe y gritando para que este maloso oiga y veya que andamos preparados (…). Si es chiquillo, estos ca’ son bien endebles, y aisi casi ya no hay nada que hacé, a menos que se lo fuetee con vena de espino y se le dé vomitivo de agua de sauco pa que aguante un tantico más (…) A la Matencia ya le dejé las yerba que recogimo en el monte ahora mimo de madrugada, para que le haga las agüitas y con lo que su mercé ya lo bendijo, ojalá el catatumba se espante y lo deje al pobre Celestino (…) si se cura tiene que hacé de pedí en todas las casas en la víspera y el día de los muerto vestio como ángel y con campanilla la ofrenda de pan y miel pa’ dejá en la dentrada del hoyo de agua de la quebrada de arriba, pa’ agradecé al Simoncito que es el negro bueno que viene a vistanos solo en finados, pidiéndole lo cuesquee a este perverso del catatumba, lo desnuque y lo tuerza por maloso”. (Informe de fray Luis de Villarpardo, administrador del fundo Tauruchupa de Urcuquí, diciembre de 1795. Haciendas de la Orden, tomo III Archivo del convento Máximo de La Merced, Quito.)
Más adelante el citado religioso comenta que el enfermo logró recuperarse gracias a los “cuidados de todos los negros del fundo, quienes sienten un profundo temor cuando se acerca el Día de Finados, por lo que por las noches se resisten a salir sobre todo cuando hay turnos para regar los sembríos, recomendaciones que hago para que se tenga cuidado con las creencias de los negros de las otras haciendas”.
* Antropólogo e historiador, profesor universitario especializado en temas nacionales.