Crimen de Charlotte Mazoyer inspiró a Alfredo Noriega para la novela ‘Guápulo’

Alfredo Noriega en los exteriores de la iglesia de Guápulo, en el nororiente de Quito.  Foto: Vicente Costales/ EL COMERCIO.

Alfredo Noriega en los exteriores de la iglesia de Guápulo, en el nororiente de Quito. Foto: Vicente Costales/ EL COMERCIO.

Alfredo Noriega en los exteriores de la iglesia de Guápulo, en el nororiente de Quito. Foto: Vicente Costales/ EL COMERCIO.

Justine es una vulcanóloga francesa que vive en Quito. Una noche, luego de salir de una fiesta, un trío de delincuentes le roba sus pertenencias y la deja mal herida. Un par de horas más tarde, su cuerpo inerte reposa en una clínica del norte de Quito, donde no es atendida por falta de una tarjeta de crédito que cubra los gastos de su operación.

La muerte de Justine, inspirada en la historia de la joven Charlotte Mazoyer fallecida en el 2009, es el fatídico hecho en torno al cual se mueven los personajes de ‘Guápulo’, la nueva novela de Alfredo Noriega, un escritor ecuatoriano radicado en Cardiff (Gales), publicada por la editorial independiente Cactus Pink.

‘Guápulo’ es una novela negra, poblada de referencias musicales, que propone un juego narrativo entre hechos reales, ficción y autobiografía, donde Juan, el papá de Justine, tiene un papel protagónico. Sus recuerdos, miedos, inseguridades y manías van tejiendo escenas cotidianas donde su trabajo convive con la memoria de su hija asesinada y el rechazo que tiene por su país.

Juan es un escritor ecuatoriano que vive en París cuya vida ha transcurrido, como la mayoría de la humanidad, entre la muerte, el duelo, la memoria y el olvido. Él, que también es el narrador de esta historia, es un arquetipo del hombre abatido por la tragedia, que sabe que los muertos, aunque borrosos, siempre terminan acompañando a los vivos.

La historia que Juan va contando a los lectores es una especie de ‘memoir’ del duelo, un género literario utilizado por escritores como Héctor Abad Faciolince, Richard Ford, Albert Cohen, Piedad Bonett, Paul Auster, Carlos Fuentes o Joan Didion para hablar de sus muertos, unas veces desde el testimonio y otras, como lo hace Noriega, a través de una mezcla de ficción y realidad.

Alfredo Noriega lee un pasaje de su novela

A Juan lo acompaña París pero, sobre todo, Quito, una ciudad que se convierte en otro de los personajes de esta historia. El padre de Justine no solo la transita, sino que la nombra y la vive. A través de ella se activan preguntas y dudas sobre su identidad. La identidad de un emigrante que ha pasado tanto tiempo lejos y que al regresar a su país se siente como un extranjero más.

A esta particularidad de la impronta literaria de Noriega, que se viene fraguando desde la publicación de ‘De que nada se sabe’ (2002), se suma las buenas dosis de humor negro y sarcasmo que siempre manejan sus personajes. Juan, por ejemplo, es un hombre que dice lo que piensa sin que exista de por medio algún filtro y que no soporta el uso de los diminutivos. Para él, el dolorcito es dolor, las penitas son penas y los muertitos son muertos. 

Las reflexiones de corte existencial que Noriega lanza en esta novela corta, que se lee de un solo tirón gracias a las escenas que se suceden con la fluidez una producción fílmica, también alcanzan al mundo de la literatura. En uno de los pasajes del libro, Juan se cuestiona sobre su oficio como escritor y exclama, sin empacho alguno, que la literatura no salva a nadie ni a nada, sino que más bien acompaña.

'Guápulo’ puede ser leída como un réquiem literario en honor a Mazoyer y a todos las personas muertas por atentados terroristas en Europa, durante el último lustro. Una realidad que aparece en el epílogo de esta novela, pero, sobre todo, como un historia para recordar que a todos, en algún momento sin importar quién sea o donde viva, les llega su día de horror.

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