En un rincón de la sala de juegos, Andrea (nombre protegido) se predispone a preparar sus platillos favoritos. Una cocina de plástico y el ingenio de una niña de apenas 9 años son los elementos necesarios para preparar un banquete en una de las habitaciones de Casa Paula. En el último mes, este lugar se convirtió en su refugio. Acá ella sonríe, crea y sueña, alejada de los abusos sexuales de la que fue objeto en su propio hogar.
Historias como la de Andrea se encuentran a diario entre los pasillos y espacios comunitarios de Casa Paula. Con 17 años de vida, esta casa de acogida es el testimonio de la lucha contra la violencia femenina en medio de la Amazonía ecuatoriana; una trinchera que protege a aquellas niñas y mujeres que han sido maltratadas física y psicológicamente en sus hogares; una atalaya desde la que se vigila el estado de quienes sufren abusos por parte de sus padres, esposos o cualquier otro familiar.
Acá la jornada empieza lo más temprano posible. Cuando se vislumbran los rayos del sol en el horizonte, las mujeres que viven aquí ya se encuentran listas para realizar las tareas del hogar. Una de las más importantes es la comida. Guadalupe Morales, quien colabora en la cocina de Casa Paula, dice que una de las primeras formas de ayuda que reciben las mujeres es una alimentación balanceada. Muchas llegan con anemia o desnutrición; con una buena comida (ellas reciben cinco al día), toman fuerza para empezar con sus tratamientos.
Con el paso de las horas, las actividades en este lugar incluirán sesiones de terapia psicológica, visita al médico, ayudas académicas, asesoría legal, limpieza de las habitaciones, tareas de cocina… Una serie de actividades que para Marcela (nombre protegido) le han servido para superar la violencia que sufría en casa a causa de su padre. Y aunque afirma que aquí se siente más tranquila, ella espera ansiosa el día en el que se recupere y pueda regresar a su hogar.
Esa es la meta de quienes trabajan en Casa Paula. Esta institución busca que las mujeres adquieran las suficientes herramientas para decidir sobre sus cuerpos y vidas; que no dependan de otros para saber a dónde ir o qué hacer.
Un testimonio de esta búsqueda de una voz propia está plasmado en un mural que crearon el pasado 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. “Callar duele más que romper el silencio” es una de las decenas de frases con las que rechazan una vida cargada de sufrimiento.