No siempre es bueno adelantarse

Carlos Granés, en uno de los espacios del Centro Cultural Benjamín Carrión, en donde participó del encuentro literario ‘Narrar el presente’, en Quito en noviembre pasado. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO

Carlos Granés, en uno de los espacios del Centro Cultural Benjamín Carrión, en donde participó del encuentro literario ‘Narrar el presente’, en Quito en noviembre pasado. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO

Carlos Granés, en uno de los espacios del Centro Cultural Benjamín Carrión, en donde participó del encuentro literario ‘Narrar el presente’, en Quito en noviembre pasado. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO

Las palabras vanguardia y retaguardia son tan marciales; pero la primera, vanguardia, de alguna manera rompió filas y se fue al lado opuesto: el del arte. Desde allí es desde donde más se la reconoce ahora, aunque puede aplicarse a ámbitos muy diversos.

Es escurridiza. Durante su estadía en Quito hace unos días, el ensayista colombiano Carlos Granés trata de asirla en esta conversación.

¿Es necesariamente bueno adelantarse al resto?

Te diría que no es necesariamente bueno. Que durante un momento histórico pareció muy importante. Fue una idea muy seductora para los jóvenes, sobre todo, la idea de romper con el pasado, de reinventar los valores. Eso fue supremamente importante. Ahora bien, cuando hay conquistas morales, conquistas legales, cuando hay cambios culturales positivos que mejoran las condiciones de vida, hay que preguntarse si vale la pena seguir en esta carrera hacia adelante en busca de lo nuevo.Hay que tomarse las cosas con cabeza fría y ver qué conquistas hemos logrado y si vale la pena ponerlas en riesgo en la búsqueda de algo nuevo.

Y desarmar esa idea de que tenemos que buscar siempre el cambio, creyendo que es per sé bueno.
Sí, el cambio no necesariamente es bueno. El cambio es cambio, cuyas consecuencias a veces son impredecibles. En determinadas circunstancias es necesario un cambio. Por ejemplo, soy colombiano y un conflicto enquistado entre guerrilla y Estado, me hacía pensar a mí que el cambio era una apuesta racional.

Necesaria.
Exacto. Pero, por ejemplo, en otro caso que me atañe mucho que es el de España con Cataluña, el cambio que están proponiendo los independentistas me parece pernicioso. Por eso yo no creo que haya que apostar al cambio per sé.

En su novela ‘Memorias de Adriano’, Marguerite Yourcenar pone en boca de Adriano esta frase: “Tener razón demasiado pronto es lo mismo que equivocarse”. ¿Qué opinas?
Puede ser, sí. Se han dado muchos casos en los que ver las cosas con demasiada claridad antes de tiempo frena un cambio positivo, genera resistencias. Hay un caso clarísimo, no recuerdo el nombre lamentablemente, pero es el hombre (el médico húngaro Ignaz Semmelweis) que demostró que para evitar enfermedades hay que obligar a la gente a lavarse las manos. Lo vio con tanta claridad, y se precipitó en su manera de hacer ver esos cambios, que la gente lo tomó por un desquiciado y no le hizo caso hasta muchísimo tiempo después que se comprobó que tenía razón.

¿Por qué los adelantados generan en un inicio tanto rechazo o, al menos, despiertan dudas?
No sé si biológica o culturalmente somos conservadores. Nos acostumbramos a entender las cosas de determinada forma, a vivir con determinados valores e ideas y llega un punto en donde nos sentimos cómodos con ese estado de cosas. Y quien viene a desafiarlo, pues de alguna forma nos está moviendo la silla. Entonces genera cierto recelo.

Además de ser visionario, ¿qué más caracteriza a un vanguardista?
Son osados, muy osados; y en algunos casos muy valientes. Osados cuando los cambios que proponen se hacen en sociedades democráticas; y valientes, cuando se están exponiendo a represalias fuertes. Pero definitivamente tienen que tener una personalidad muy decidida. También, a veces, tienen cierta terquedad que raya con el fanatismo, una idea fija que es precisamente la que les da la fuerza.

Es su motor.
Sí, la fuerza para lanzarte al vacío cueste lo que cueste. Alguien dubitativo por lo general no va a ser un vanguardista porque siempre pensará en las consecuencias, siempre dudará de sus propias ideas. Los vanguardistas que proponen cambios vitales tienen las cosas muy claras, tienen certezas sin ninguna fractura. Porque te están diciendo a ti, directa o indirectamente: estás viviendo mal, no sabes vivir; te voy a enseñar cómo hacerlo.

Son además muy inconformes, ¿no?

Claro que sí, muy inconformes, muy críticos con el estado de cosas que les ha tocado. Gente muy sensible a cualquier tipo de interferencia externa con sus deseos, con sus maneras de pensar, con su ideal de vida.

Una vez que imponen su idea, ¿los vanguardistas se acomodan o siguen con su actitud provocadora?

He visto que a veces es frustrante ganar.

¿Por qué?

Porque la vanguardia solo funciona estando a la contra, desde los márgenes, oponiéndose a un poder o a un estado de cosas mayoritario. La gran tragedia de las vanguardias, que es lo que yo he tratado de explicar en mis libros, es que han ganado esa batalla. Y ese triunfo ha sido agridulce, porque a pesar de que sus valores se han impuesto en la sociedad, los ha desactivado a ellos como fuerza política.

Y se vuelven sistema.

Cualquier revolución que gana deja de ser revolución y se vuelve ‘establishment’, se vuelve el estado de cosas en el que todos empezamos a vivir y el sistema de valores que todos empezamos a compartir. Los revolucionarios vienen a ser otros, que llegan a pelearles a ellos, que ya han dejado de serlo. Y eso es supremamente frustrante para ciertos vanguardistas.

Pon un ejemplo.

El caso de The Living Theatre es evidente, tanto así que tuvieron que irse (de EE.UU.) a Latinoamérica a una dictadura militar (en Brasil) para poder estar en una posición minoritaria, vulnerable y sobre todo en contra.

¿Toda época tiene vanguardias?

No creo que la vanguardia sea omnipresente en la historia. Hay períodos de calma o de desorientación, en los que no se sabe cómo ser crítico con el sistema. Creo que es lo que pasa hoy en día en cierto tipo de sociedades, sobre todo en las más democráticas, en donde todo es aceptado. Es decir, cualquier gesto extravagante ya no escandaliza, es tolerado. Luego, no se sabe por dónde atacar el sistema; se quiere atacar pero no se sabe cómo, porque el sistema ya es muy abierto, es muy libre.

¿Por eso vamos de retro hacia los populismos y los nacionalismos?

Bueno esa es en realidad la revuelta de nuestros tiempos. Es un resurgimiento de la ultraderecha. Incluso la ultraderecha está utilizando herramientas de la contracultura para penetrar el sistema desde una actitud rebelde que pueda ser seductora para los jóvenes.

¿Por ejemplo?

Una asociación de ultraderecha en Madrid que se opone a la teoría del género, a que se explique la transexualidad en los colegios como algo normal, salió con una caravana con un bus muy provocador. Es un troll urbano causando escándalo, siendo portada. Esa es una estrategia clarísima de la contracultura, que es infiltrar el sistema con un petardo que cause mucho escándalo para que la noticia irradie hacia sectores que puedan empezar a simpatizar con su causa.

¿No podemos llamar a eso vanguardia, no?

Desde luego que no es una vanguardia, es un resurgimiento de una ultraderecha populista que se ha servido de muchas luchas de izquierda, como la antiglobalización, que sabe del poder tan tremendo que tiene el escándalo para figurar en los medios.

¿Identificas alguna vanguardia hoy o solo son tiempos confusos?

Creo que la última vanguardia efectiva, además positiva, que he logrado identificar es la de las feministas que han hecho la performance transgénero y que han puesto a la transexualidad en el centro del debate público y han ayudado a que eso empiece a normalizarse; a que esas personas invisibilizadas, condenadas a trabajos marginales, a la prostitución, a toda una serie de abusos, empiecen a ser personajes centrales en todos los debates morales contemporáneos.

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