Fanáticos de Camilo Sesto asisten a una misa en Lima (Perú) por el eterno descanso del artista. Foto: EFE
La muerte de Camilo Sesto, el 8 de septiembre del 2019, fue un golpe a muchas cosas, pero sobre todo a los recuerdos de aquellos que eran niños en los años 70 y 80, cuando sus madres ponían uno de los discos del cantante español, o pescaban una de sus canciones en FM, y tarareaban. Su voz, melodiosa y potente, conectó con toda una generación de seguidores.
La partida de Camilo Sesto, buque insignia de la balada romántica en castellano, ha impactado por lo que representaba cuando estaba en su mejor momento: pocos como él lograron el prodigio del cantante total, cuya voz toca en lugares tan personales que el oyente termina desarmado.
Como lo escribió Jonathan Lethem en el 2009, cuando analizaba a los grandes cantantes de la era pop y su influjo, enamorarse de la voz de los intérpretes es como volver a ser adolescente, ingenuo, sin defensas ante ese sonido único de la garganta que, de alguna manera, captura la atención del resto. Camilo Sesto no cantaba “te vas pero te quedas, porque formas parte de mí”. Lo confesaba. No cantaba “no me dejes de amar”. Lo suplicaba.
Por eso a Camilo Sesto lo llamaban el ‘Sinatra español’, porque cantar siempre ha sido como caminar por la cuerda floja y eso es válido para todo aquel que se plante ante un público; pero ambos, Sinatra y Sesto, tenían el mérito de haber levantado los postes y tensado la cuerda ellos mismos.
Camilo Sesto en realidad se llamaba Camilo Blanes Cortés, nació en 1946 y se propuso ser cantante desde niño. Aprendió guitarra y batería y desarrolló una habilidad para componer con rapidez. Fue una máquina de hacer discos, nada menos que 13 en la década de los 70.
Se dio cuenta de que la canción italiana, con su ritmo pop, su orquestación y su desgarro melodramático, debía ser cantada en castellano para conquistar España y América Latina (por eso, astros como Riccardo Cocciante y Raffaella Carrà grababan en español).
No fue el único, claro, que reparó en la experiencia itálica. Nino Bravo, que en realidad se llamaba Luis Manuel Ferri, fue obligado a usar un nombre artístico que aludiera a Italia.
Camilo Sesto fue su propio compositor y productor, pero también se dejaba ayudar. Los arabescos de los arreglos y las letras eran respaldadas por una vigorosa presentación en directo, en la que ponía toda la energía en la voz, y así creaba la ilusión de que, cuando cantaba que “vivir así es morir de amor”, por ejemplo, era posible bailar las penas.
De música ligera
La balada romántica, la ‘música ligera’ y los géneros parecidos siempre han sido subestimados, considerados como ‘música para planchar’. En su novela ‘El desencuentro’, Fernando Tinajero justamente le lanza un puñal cuando el personaje central, un intelectual marxista, se queja de que una amiga le ofreció poner música pero sonó Raphael.
Y Raphael es otro de los gigantes de la balada con orquesta, que logró cantar siempre con -casi- la misma voz y grabar discos sin parar, incluso hasta ahora, con 76 años y luego de un trasplante de hígado, luego de que el alcohol lo llevó a la hepatitis.
Aunque el término ‘baladista’ también puede ser muy arbitrario. Raphael pasó de las canciones orquestadas al latin pop, y eso lo hizo más audible para otros públicos, un truco que lo utilizó aún mejor Julio Iglesias, ese guapísimo futbolista frustrado que aprovechó su profunda y dulce voz de tenor lírico para convertirse en una figura del jet-set y ser el cantante hispano más universal de la historia. En Miami, cada 8 de septiembre, se recuerda el ‘Día de Julio Iglesias’.
Iglesias, siempre de traje, siempre elegante, comenzó su carrera con un tema suyo, ‘La vida sigue igual’, pero terminó cantando de todo, desde ‘Pájaro Chogüí’ hasta ‘Bamboleo’, en todos los idiomas posibles. Como Raphael, se dejó llevar por los gustos de cada época, grabó duetos con las estrellas y eso lo mantuvo vigente.
En España particularmente, el paso de la dictadura a la democracia también trajo el cambio de temas en las letras y el auge de movimientos como la ‘Movida’ fue nutrido por canciones más saltarinas, divertidas y disipadoras.
Camilo Sesto, que también sufrió un trasplante de hígado en el 2001, no apeló a los trucos de Raphael o Julio Iglesias, se dio cuenta de que su estilo dejó de ser para las mayorías y optó por un lento retiro de los escenarios, ciclo cerrado en el 2011. Siguió publicando álbumes de grandes éxitos, porque su voz se deterioró, y su rostro cambió por las cirugías plásticas.
Su influencia, para sorpresa de muchos, se ha notado en el hip–hop de este siglo, con artista como Jay–Z, Rick Ross, Mike Will Made It y Camron usando notas de canciones como Fresa salvaje, Vivir así es morir de amor y Agua de dos ríos.
El impulso nostálgico por su muerte lo ha rescatado en estos días, aunque todavía muchos se preguntan por qué Camilo Sesto logró vender 70 millones de discos, colocar 40 números uno y ser tan querido, pero sin ser imitado.
Quizás se deba a que la credibilidad también forma parte del baladista, pues solo de esa manera es posible preguntar a la audiencia (y a cada mujer en el otro lado de la radio) si quiere ser su amante, y ser aplaudido.