Christian Egas (izquierda) y Diego Lucero (derecha) enseñan a los infantes conocimientos básicos del Bujinkan en Taga Insanity, Tumbaco. Se realizan dos encuentros por semana. Foto: Alfredo Lagla / EL COMERCIO
Aprenden técnicas para defenderse como si se tratara de un juego. No hay rastro de violencia. Solo se escuchan risas y una que otra carcajada.
Así es como el shidoshi Diego Lucero imparte los conocimientos milenarios del bujinkan a decenas de niños.
El bujinkan es un arte marcial con más de 2 000 años de historia y significa La Casa del Dios de las Artes Militares.
Su filosofía es el resultado de una corriente del budismo zen, cuyo lema es proteger la vida y jamás atentar contra ella. Por esa razón, es considerado un arte marcial defensivo y pasivo.
De eso, precisamente, Lucero les habla a cada uno de los niños que asisten a las clases que imparte en Taga Insanity, en Tumbaco.
Lo mismo hace con los jóvenes y adultos.
Cuenta que antes de aprender la técnica y la táctica hablan de la ética. Utiliza juegos para que los más pequeños entiendan.
Entre actividad y actividad, les habla de proteger la vida –la suya y la del atacante–. “Mi maestro me enseñó que debo usar la energía para nuestros seres queridos, para la familia y no en el enemigo”.
Adicional a eso, les enseña a sonreír, a tomar la vida con calma. Esa, precisamente, es la principal arma de un ninja, como se los conoce a quienes practican esta disciplina. Con una sonrisa pueden sorprender a un agresor, confundirlo y hasta evitar que haga daño. “Una de las reglas que un ninja tiene que practicar es: soportar el insulto y la injuria manteniendo la calma”, cuenta.
A uno de los juegos lo llama la ‘mosquita’. Consiste en saltar de un lado al otro para evadir la agresión. Cuando el ataque es verbal, en cambio, hacen uso de la sonrisa.
Eso, según el shidoshi, debilita al agresor y es lo que les recomienda a los niños que son víctimas de ‘bullying’.
Pero como es un arte marcial defensivo, los niños también aprenden otros movimientos para intentar salir ilesos de una determinada situación.
Ya saben cómo escapar de un adulto que los toma del brazo al descuido y busca llevarlos consigo, saben también cómo liberarse de una persona
que los carga en contra de su voluntad…
El bujinkan es una colección de nueve escuelas tradicionales. En la mayoría de ellas, el practicante reacciona después de algún impulso, pero siempre, utilizando la energía del otro a su favor.
Si recibe una patada, por ejemplo, utilizará la fuerza que se desprende de ella para defenderse y salir ileso.
Añade que hay una o dos escuelas en las que el ninja ataca primero. “Pero aun así, les aclaramos a nuestros alumnos que nunca estudiamos para atacar”.
Eso sucede porque el principal objetivo del bujinkan es buscar la autosuperación, equilibrar la vida en torno al ego.
A diferencia de otras artes marciales, el bujinkan no es deportivo ni competitivo.
No hay premios ni medallas para quienes derrotan a su adversario durante un entrenamiento. Es más, la solidaridad se hace presente en cada práctica.
Una persona está en la potestad de detener una llave si siente dolor y la otra persona tiene que soltarlo.
Con ello promueven la amistad, que se forme una ‘familia’.
Eso también se les transmite a los niños. Deben compartir, ser solidarios, colaborar… Y eso es lo que ponen en práctica las 24 horas del día.
Un ninja es ninja todo el tiempo, y no solo en el dojo, que es el lugar de meditación. Tras culminar con el entrenamiento, por ejemplo, los niños limpian el dojo. Usan unas escobas diseñadas exclusivamente para ellos.
Clases.
Los niños se entrenan dos veces por semana.
La clase dura una hora. También hay talleres para adultos.
Hidratación.
Es importante que los participantes consuman agua antes, durante y después del entrenamiento.
Vestimenta.
Deben asistir con ropa cómoda. El traje de ninja se usa tras aprender ciertos conocimientos básicos.
Solidaridad.
El instructor les enseña a compartir, a ser solidarios y ayudar en casa, en el dojo (lugar de meditación).