El San Juan de Dios es de los más antiguos en América. Hasta 1705 se llamó De la Misericordia de Nuestro Señor Jesucristo. A la izq, recreación de la botica. Foto: Archivo EL COMERCIO
Mucho se ha escrito sobre Eugenio de Santa Cruz y Espejo, quien, a la postre, fue “una luz en el camino” (EL COMERCIO, abril, 2017) en el oscuro mundo cultural del siglo XVIII; sin embargo, sobre su padre poco o casi nada se habla.
Como antecedente señalaremos que, una vez creada la Real Audiencia de Quito en 1563, Hernando de Santillán, primer Presidente, informó al Rey de España: “di orden como se fundase un hospital de españoles y naturales y se ha comenzado y va en mucho aumento y será obra de gran importancia (…) ocurre allí siempre de todas partes mucha gente pobre a se curar de diversas enfermedades” (Moreno Egas, Morán Proaño, ‘Historia del antiguo Hospital San Juan de Dios’ Quito, Museo Ciudad, 2012, p.37). Este sanatorio inició su servicio el 9 de marzo de 1565, con el nombre De la Santa Misericordia de Nuestro Señor Jesucristo.
El crecimiento de la población y de las enfermedades obligó a las autoridades de la Audiencia a encargar a una orden religiosa para que dirigiera el hospital que se hallaba administrado por cofradías, cuyos miembros dedicaban parte de su tiempo a cuidar a los enfermos y necesitados de la capital. En esta circunstancia, en 1650 los religiosos franciscanos Pedro Bethancourt y Rodrigo de la Cruz fundan en Guatemala la Orden Hospitalaria de Belén para establecer casas de salud en el resto del continente, enmarcadas en los mismos propósitos que los religiosos de San Juan de Dios (Ibid. Moreno, p. 92).
En enero de 1705, la Presidencia de Quito pidió al Virrey del Perú el traspaso del hospital a los frailes betlemitas, quienes asumieron la dirección de la casa de salud, siendo enfermeros mayores y boticarios. Bajo sus órdenes colaboraban médicos, cirujanos, barberos, sacristanes, cocineros, lavanderos, ayudantes de enfermería, hierberos y cocineras. Es importante señalar que los religiosos cambiaron el nombre de Hospital de la Misericordia por el de San Juan de Dios, nombre con el que se lo conoció hasta cuando en 1974 cerró sus puertas.
En 1707, llegó del Perú fray José del Rosario para dirigir el hospital, “trayendo consigo a un paje de cámara, Luis de Santa Cruz y Espejo, a la sazón de catorce o quince años de edad, indígena de Cajamarca” (Jaime Peña Novoa, Biografía de Eugenio Espejo, en ‘Eugenio Espejo, conciencia crítica de su época’, Quito, Centro de Publicaciones PUCE, 1978, p.84).
No existe documentación o publicación alguna que hable de manera más amplia sobre Luis, luego de su llegada a Quito. Su apellido, como dice Enrique Garcés, “si don Luis era de apellido Chusig o Benítez, es cuestión que había de averiguarlo en Cajamarca, de donde vino siendo muy joven todavía, a avecindarse en Quito, ya cambiando posiblemente con el de Santa Cruz y Espejo, apellido que trasmite a sus tres hijos, pues todos firman así” (‘Eugenio Espejo, médico y duende’, Ibarra Edición Carangue CCE, 2009, p.43).
El betlemita y su sirviente se instalan en el hospital, en donde Luis servía con abnegación a su protector. Como el religioso tenía un reducido personal comienza haciéndose ayudar de su sirviente en las curaciones y atención a los enfermos del hospital, “todo lleno de miseria, dolor y angustia, sea por la pobreza, como por la falta de capacidad de los médicos para aliviar el dolor de los enfermos, toda vez que era tanta la ignorancia de éstos para curar enfermedades, que todo lo hacían de manera rústica y miserable.(…) Había la sentencia popular de que quien entraba vivo al hospital, salía muerto”.
Virgilio Fuentes, ‘Apuntes para la historia de la Medicina en Quito’, (folleto) s/a, s/e, BEAP, p.18). Con el paso de los años, Luis adquiere experiencia para sangrar, sajar, lavar heridas, componer dislocados y fracturas. Sus conocimientos hace que atienda no solamente a indígenas sino a españoles, razón por la que pronto debió calzar zapatos con hebilla y ropa propia usada por los blancos, así como cambiar su apellido por el de Santa Cruz y Espejo; sin embargo, su origen humilde no sería olvidado nunca por la nobleza, tal como lo afirma en 1740 el notario Miguel de Perejuela en carta a fray Mateo de Oremas, religioso dominico “…fui atendido en el hospital por un barbero de raza indígena, muy hábil en su oficio, pero no de mi agrado por su condición servil a pesar de vestir de manera decente. Me siento mejor debido a sus atenciones que son requeridas por muchos vecinos. El indio es sirviente de fray Joseph del Rosario, quien tiene mucha fe en este lacayo…”. (Archivo histórico del convento de Santo Domingo de Quito, ‘Cartas y varios deste Cnto. Maxmo, años de 1735 a 1745’, folio 90)
Esta versión es confirmada por fray Miguel Escalante, comendador del convento de La Merced, orden religiosa de la que Luis de Santa Cruz Espejo era médico permanente a pesar de la oposición de fray Del Rosario, que de manera continua se expresaba negativamente, tanto de Luis como de su hijo Eugenio. El mercedario señaló que el betlemita había ordenado a Luis “no concurra a ese monasterio por cuanto hay frailes díscolos contrarios a mi labor como médico especializado, por cuanto este sirviente lo único que hace es buscar fama y prestigio personal con sus curaciones que no se sabe sin serán verdaderas o solamente fingidas para darse importancia como médico que no lo es, sino un simple sangrador y aprendiz de botica…” (Archivo histórico de La Merced, ‘Diario de gastos del Convento Máximo’, junio de 1760).
Esto contradecía la verdad, ya que Santa Cruz constaba como “médico experimentado” junto con los frailes Miguel de la Concepción y Alonso de la Encarnación. (Virgilio Paredes Borja, ‘Historia de la Medicina en el Ecuador’, Quito, CCE, 1963, p.371). Pronto será nombrado Administrador y Cirujano del Hospital San Juan de Dios, convirtiéndose en personaje de mucha importancia en la marcha de este sanatorio. (Antonio Montalvo, Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo, Quito, Talleres Gráficos Nacionales, 1947, p. 13).
Fray Miguel afirmaba: “Para el convento es una bendición contar con la presencia del boticario Luis de Espejo, hombre probo, humilde y sabio, que atiende sin tardanza a nuestro llamado prodigando su ciencia y habilidad, demostrando además profundo conocimiento de las enfermedades que aquejan a nuestros frailes, sobre todo a los más ancianos. Sus honorarios son justos, a diferencia de otros mal llamados médicos que no tienen otra habilidad que la de causar la muerte a sus incautos pacientes. Este hábil cirujano goza de nuestra confianza, por lo que no dudamos en defender sus trabajos que son despreciados por muchos, incluso de su propia gente del Hospital…” (Ibid. archivo histórico La Merced).
“Después de visitar a un novicio que se encontraba enfermo en el convento de La Merced, Luis Espejo se dirigió a las escribanías buscando a un notario, pues quería poner algunas cosas en orden y se dirigió luego a la plaza de Los Marchantes (…) La noche del domingo 22 de noviembre de 1778 no se encendieron más los cirios en la casa que Luis Chusig, Luis Benítez, Luis de Santa Cruz y Espejo había comprado en la calle del Mesón para que sus hijos fueran felices”. (Ibid. Chiriboga, p.67).
*Doctor en Historia, autor de varios libros sobre temas nacionales.