La bomba al cardenal De la Torre

A la izq., Carlos María de la Torre en su visita a Cuenca, en mayo de 1953. Der., reseña de EL COMERCIO sobre las manifestaciones de adhesión. Foto: Otografiapatrimonial.gob.ec

A la izq., Carlos María de la Torre en su visita a Cuenca, en mayo de 1953. Der., reseña de EL COMERCIO sobre las manifestaciones de adhesión. Foto: Otografiapatrimonial.gob.ec

A la izq., Carlos María de la Torre en su visita a Cuenca, en mayo de 1953. Der., reseña de EL COMERCIO sobre las manifestaciones de adhesión. Foto: Otografiapatrimonial.gob.ec

El miércoles 4 de abril de 1962 se produjo la mayor manifestación popular que hasta entonces había visto Quito: ríos de gente recorrieron las calles desde el norte de la urbe, y confluyeron en la Plaza de la Independencia, que se llenó al tope, quedándose miles de personas en las calles aledañas, pues no cabía ya más gente.

Se trataba de la manifestación de desagravio y adhesión al cardenal doctor Carlos María de la Torre, cuya residencia había sido blanco, pocos días antes, de un atentado terrorista. La concentración se había organizado a la carrera, con publicaciones por la prensa y llamados públicos, pero también con coordinaciones en las parroquias, colegios y más establecimientos católicos.

Incluso personas que no se identificaban normalmente como católicas o de derecha, encabezados por Gonzalo Zaldumbide e Isidro Ayora, habían publicado esa mañana un remitido llamando a la manifestación.

La coordinación realizada por la Iglesia y las convocatorias públicas produjeron un resultado que superó todas las expectativas. “Manifestación católica de adhesión al Cardenal de la Torre fue multitudinaria”, tituló el Diario EL COMERCIO del jueves 5, que dedicó toda la parte alta de su primera página a los encabezamientos e inicio de la crónica, así como a tres fotos, una del Cardenal, otra de “los dirigentes políticos de derecha, portando un pabellón nacional, en el desfile” y otra de “la gran masa de fieles congregados en la Plaza de la Independencia, frente al Palacio Arzobispal”.

“Manifestantes recorrieron calles centrales; carteles condenaban al comunismo y defendían la religión”, decía un subtítulo. Y otro, en letra más pequeña, “Oradores expresaron adhesión de los católicos ecuatorianos a su Prelado, ante el atentado cometido en la residencia cardenalicia”.

El motivo de este acto de multitudes “fue el atentado terrorista que, en días pasados, ocurrió en el jardín de la residencia Cardenalicia, situada en el norte de la Capital: una bomba estalló allí causando daños en los cristales cuando Monseñor de la Torre estaba en otro lugar, realizando ejercicios espirituales.

Una vez que la manifestación recorrió las principales calles de Quito, se concentró frente al Palacio Arzobispal para escuchar a los oradores. El último en hablar fue Monseñor de la Torre quien, siguiendo las enseñanzas de Cristo, dijo que a los terroristas los perdonaba de corazón” (EL COMERCIO, 5-04-62, 1).

El periódico hablaba de “decenas de miles de personas” y relataba la marcha desde la concentración en la Plaza Bolívar, en La Alameda, a las cinco de la tarde, y su desplazamiento hacia el centro. El semanario Meridiano calculó en 50 000 personas la multitud.

“Entre los gritos más frecuentes lanzados por la muchedumbre”, comenta la crónica de EL COMERCIO, “estaban ‘El comunismo no pasará’, ‘Cuba libre, Ecuador’ (sic) [quien esto escribe recuerda que el grito era ‘Ecuador libre, Cuba también’], ‘Este es el plebiscito’, ‘Dios, Patria y Libertad’, ‘Abajo URJE’, ‘Ecuador democrático’ y otros”.

Lo del plebiscito era porque el presidente de la República, Dr. Carlos Julio Arosemena Monroy, había planteado realizar una consulta sobre la cuestión de romper relaciones con Cuba, pedida con insistencia por los partidos políticos de derecha y, cada vez más abiertamente, por los militares, de manera que el pueblo ecuatoriano decidiera si había o no que mantenerlas.
Por otra parte, se había empezado a achacar a URJE (siglas de la Unión Revolucionaria de la Juventud Ecuatoriana), un movimiento de extrema izquierda que se identificaba con la revolución cubana, el haber puesto la madrugada del 31 de marzo anterior la bomba en la residencia del cardenal, situada frente al templo de Santa Teresita, en la ciudadela Mariscal Sucre, hoy derrocada.

Pero detrás de la manifestación, y detrás de la bomba, había mucho, mucho más.

La Guerra Fría llega a Quito

Probablemente el cardenal de la Torre nunca lo supo. Pero la bomba que se puso esa noche de abril de 1962 en su residencia fue una operación manejada por la CIA, la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos, como una estratagema para provocar la indignación de católicos y no católicos, agudizar los sentimientos anticomunistas de la población y aumentar la presión sobre el Gobierno de Arosemena Monroy para romper las relaciones diplomáticas con Cuba -como antes lo había hecho con el del Dr. José María Velasco Ibarra, provocando su caída en noviembre de 1961.

La operación había sido planificada y ejecutada no por comunistas sino por un comando de jóvenes estudiantes universitarios católicos, empeñados en luchar contra el comunismo quienes, sin saberlo ellos, aunque sí su jefe, operaban al mando de la CIA.

Y el agente estadounidense de la CIA que coordinó la operación, Philip Agee, reveló en su famoso libro, publicado en Londres en 1975, titulado Inside the Company: A CIA Diary. cómo y con quién se puso la bomba a la residencia del cardenal, así como muchas más operaciones en el Ecuador (y en Uruguay, México y Washington).

Entre los agentes o contactos de la CIA, Agee nombra a políticos de alto y bajo nivel, oficiales de las fuerzas armadas y de la policía de alto y bajo rango, periodistas, dirigentes universitarios, líderes sindicales, y también a dirigentes del partido Comunista en el Ecuador y varios otros países de América Latina, a los que también se había reclutado como agentes. Agee describe cómo, durante los años inmediatos a la revolución cubana, él y sus colegas lucharon una guerra secreta infiltrando a organizaciones de izquierda, sobornando a políticos, periodistas, abogados, jueces y policías, financiando campañas políticas, forjando documentos, interviniendo teléfonos y correspondencia, plantando historias en la prensa, entre otras acciones.

La bomba al cardenal ecuatoriano se inscribió en esas acciones diseñadas para provocar el rechazo al comunismo. Sin embargo, no todo lo sucedido en América Latina fue decidido, impulsado e instrumentado por la CIA. La oposición al comunismo, por tomar un caso, era un sentimiento verdadero en una extensa parte de la sociedad latinoamericana y los fusilamientos, deportaciones y persecución a los católicos y a sacerdotes y obispos de Cuba no requerían precisamente de demasiada propaganda para causar preocupación y rechazo en las comunidades católicas.

Como dijo en 2016 al autor un político conservador muy activo en los sesenta y hoy de avanzada edad y lucidez intacta, “todos estábamos contra el comunismo. Y aunque alguno haya recibido dinero de la CIA, la gran mayoría no lo recibimos y, sin embargo, actuábamos con entereza y todos unidos en contra del comunismo”.

Esta es una parte de la historia de la gran figura eclesiástica, el cardenal Carlos María de la Torre, quien nació en Quito en 1873 y murió en esta ciudad en 1968, tras 95 años de ser un personaje que influyó no solo en la vida de la Iglesia sino en otros aspectos de la historia del Ecuador del siglo XX.

* Extracto de los dos capítulos iniciales de “Su Eminencia. El cardenal Carlos María de la Torre y el Ecuador de su tiempo”.

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