Bolívar y la Batalla de Ibarra de 1823

Escenificación con la cual se recuerda el combate librado el 17 de julio, al pie del río Tahuando, entre las fuerzas independentistas y rebeldes. Cortesía: Archivo Diario del Norte

Escenificación con la cual se recuerda el combate librado el 17 de julio, al pie del río Tahuando, entre las fuerzas independentistas y rebeldes. Cortesía: Archivo Diario del Norte

Escenificación con la cual se recuerda el combate librado el 17 de julio, al pie del río Tahuando, entre las fuerzas independentistas y rebeldes. Cortesía: Archivo Diario del Norte

Sin lugar a dudas, la batalla de Ibarra es uno de los episodios más importantes dentro de los combates librados por el Libertador Simón Bolívar, al tiempo que uno de los más desconocidos dentro de la historia bolivariana, no solamente porque fue el único hecho bélico que dirigió personalmente el ‘Alfarero de Naciones’ en el actual territorio ecuatoriano, sino porque fue la última acción de armas de la independencia que se llevó a cabo en el país.

Los antecedentes de este enfrentamiento armado entre las tropas de Bolívar y los belicosos seguidores de Agustín Agualongo, célebre insurgente nativo de la actual ciudad de San Juan de Pasto, tiene su origen en el hecho de que luego de la Batalla de Pichincha efectuada el 24 de Mayo de 1822 y dirigida por el general Antonio José de Sucre, el mejor y más noble de los oficiales que tuvo el Libertador, se concretó la independencia de Quito de la corona española.

Mientras ello ocurría, Bolívar se aprestaba a tomar la combativa Pasto, ciudad que no reconocía los triunfos libertadores, lo cual se constituyó en un serio problema para los futuros planes del Libertador en cuanto a proseguir con la campaña del Perú. Por su territorio debían trasladarse los refuerzos provenientes del interior de la Nueva Granada para dirigirse a Quito y luego a Guayaquil y embarcarse rumbo al sur a fin de concretar la independencia de esta parte de América.

La obstinación de los pastusos significaba un grave peligro para la causa de la independencia, la cual podía verse frustrada, pues movilizar tropas y vituallas por la Costa tenía un altísimo costo de tiempo y recursos, lo que signifi­caba desde ya una debacle para los planes libertarios.

Por ello Bolívar decidió atacar personalmente a Pasto, que se hallaba defendida por el coronel Basilio García, uno de los más eficientes oficiales realistas. Antes de que ello ocurriera, el Libertador envió varias notas de rendición a este militar para que entregara la ciudad de forma pacífica, con la circunstancia de que García ya había sido informado del triunfo de Pichincha, lo cual suponía que cualquier intento de su parte por defender la urbe resultaría infructuoso.

Curiosamente, Bolívar no tenía conocimiento del éxito de las armas patriotas, por lo que “le llamó poderosamente la atención de que García le enviara una nota ofreciéndole su espada e invitándole a entrar en la ciudad…” (Villagómez, Miguel, Pasto, ciudad noble y leal, Pasto, Imprenta de L. Guerrero, 1938, p. 75). Cuando lo supo, entró en frenesí, incluso se subió a la mesa del sitio en donde estaban reunidos los oficiales realistas con los patriotas, bailando y gritando alegremente, dando gracias al cielo por cuanto se evitaba el derramamiento de sangre (Ibíd.. p. 90)

Seguro de que había superado tan grave problema, Bolívar se trasladó de inmediato a Quito, adonde llegó el 16 de junio de 1822. Fue entonces cuando conoció a Manuela Sáenz.

Cuatro meses transcurrieron en aparente calma. A finales de octubre, los habitantes de Pasto fueron insurreccionados por el coronel Benito Boves. Sucre se dirigió de inmediato a sofocar la rebelión, pero fue atacado violentamente en las agrestes peñas del sitio Cuchilla de Taíndala, en donde casi destrozan al batallón Rifles, uno de los más prestigiados escuadrones patriotas. El futuro Mariscal debió emplearse a fondo para batir a los facciosos el 22 de diciembre y dejar expedita la ruta hacia el norte y hacia el sur.

Los primeros meses del año 1823 fueron de gran movimiento, ya que los moradores de Pasto no claudicaban en su afán luchador, por lo que los jefes independentistas aplicaron severas medidas contra toda la población, lo cual, lejos de apaciguar los ánimos, enardecía más su coraje y “hasta los niños de corta edad ayudaban a sus padres a fundir pailas, ollas y más objetos domésticos para hacer balas; las mujeres tomaban el puesto de los hombres en las faenas agrícolas y exigían a sus maridos acudir a la guerra para defender a Dios y al Rey. Casos se dieron en que las propias madres con bandas de cuero azotaban a sus hijos llevándoles a la fuerza ante los líderes de sus comunas para que los acojan en las filas..” ( Moreno, Sebastián, La mártir ciudad de Pasto, s/a, Imprenta de N.G, p. 65).

Cuando Sucre regresó a Quito llamado por Bolívar, dejó en su reemplazo a Juan José Flores, quien empleó duras medidas contra los rebeldes que, frenéticos, el 12 de junio de 1823, dirigidos por Agustín Agualongo y Estanislao Merchencano, derrotaron a las fuerzas libertarias en el sitio Catambuco; las atacaron violentamente empleando tan solo palos y armas blancas. Agualongo recoge más de 500 fusiles que le servirán para continuar con la guerra, hace prisioneros 300 soldados y ocupa la ciudad de Pasto. ( Cristóbal de Gangotena, Documentos referentes a la batalla de Ibarra, Centro de Ediciones Culturales de Imbabura, 1992, p.17)

El 17 de junio de 1823 llega a Quito la noticia del desastre y es comunicada a Bolívar, quien se hallaba en Babahoyo. De inmediato se traslada a Quito para dirigir personalmente el ataque contra los insurrectos, teniendo presente que la revuelta de Pasto ponía en peligro la propia independencia del continente americano. Por ello, en carta dirigida a Santander el 5 de julio de 1823, le decía: “Estoy empleando hasta los muertos en defensa de este Departamento”. “Yo pienso defender este país hasta con las uñas”. (Ibíd, Gangotena, p. 19)

Al día siguiente, 6 de julio, Bolívar sale de Quito con una fuerza de 1 500 hombres, “a los que recogió prodigiosamente de la nada” (Vizuete, Fermín, La odisea de Ibarra, (folleto, BAEP, s/a, s/e, p. 15) y se dirige al norte. Ese día acampó en Guayllabamba y se detuvo a esperar refuerzos que provenían de Guayaquil.

Agualongo, por su parte, prevalecido por su victoria contra Flores, decidió invadir Quito, llegando a Ibarra el 12 de julio, ciudad a la que tomó por asalto cometiendo toda clase de saqueos y fechorías. “Ni siquiera el cura de la iglesia Matriz se salvó de ser ultrajado y robado sus pertenencias, por lo que fue desalojado de su propia casa para ser utilizada como habitación para sus hombres” (Ibíd. Vizuete, p. 18)

Bolívar llega a Tabacundo el 15 de julio; el 16 toma la ruta del Abra (lugar cercano a la actual parroquia de Zuleta) rodea la ciudad de Ibarra a la que llega a las 6 de la mañana del 17, sorprendiendo a las tropas de Agualongo que persistían en sus afanes de pillaje y que esperaban cualquier ataque por el camino de Otavalo.

A las dos de la tarde, el Libertador marcha a la vanguardia del ejército, acompañado solamente por sus ayudantes de campo y ocho guías, y se lanza a las calles de la villa sorprendiendo a los revoltosos. Las fuerzas de infantería y artillería avanzaron por la derecha e izquierda del camino, al centro ubican a la caballería que ataca con inusitada furia, derro­tando por completo a los levantiscos, quienes dejaron en el campo de batalla ochocientos muertos.

El éxito de la campaña se debió a la visión estratégica del Libertador y al apoyo decidido de los ibarreños, quienes demostraron su amor indiscutible a la libertad y a la independencia.

*Canciller de la Academia Bolivariana de América, Capítulo República del Ecuador.

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