Aunque parece futurista, la biometría aplicada a la construcción no es algo nuevo. Es más, su aplicación extensiva ya tiene algún tiempo.
Biometría viene de dos raíces griegas (bios, vida; y metro, medida) y es el estudio de métodos automáticos para el reconocimiento de los seres humanos por medio de sus rasgos, ya sea conductuales o físicos. En otras palabras, es la aplicación de técnicas que permitan autentificar a una persona, verificar su identidad.
De hecho, los controles automáticos de acceso y salida de los trabajadores son parte de la biometría. Asimismo, casi todos los hoteles de lujo tienen accesos por tarjetas magnéticas a todas las habitaciones.
Los últimos diseños arquitectónicos van más allá de esas implementaciones, ahora rutinarias, e incorporan ingenios mucho más novedosos como la lectura dactilar o por el iris del ojo humano.
Obviamente, el objetivo final de la biometría es aumentar la seguridad de las personas, sus pertenencias y activos, en una época donde la inseguridad y la zozobra aumentan en proporciones geométricas.
Una encuesta hecha por Hitachi en Europa, a inicios de año, revela que la mayoría de empresas está considerando la introducción de la tecnología biométrica para incrementar la seguridad en los lugares de trabajo.
El estudio asegura que el 55% de las compañías ve posible la introducción de los sistemas de reconocimiento por el iris y la huella dactilar.
Así que, lo más probable es que las cerraduras y sus llaves, las tarjetas magnéticas y la cédula de identidad para ingresar a un lugar estén viviendo sus últimos días.
Varios edificios inteligentes del mundo ya poseen esta tecnología y ‘solo les falta hablar’.