El mallet es el bastón con el que se juega esta disciplina deportiva. Pueden ser elaborados con material reciclado. Foto: Paúl Rivas/ El Comercio
En los alrededores de la calle La Isla, en el barrio La Gasca, en el norte de Quito, la actividad deportiva arrecia.
Es martes. A las 20:30, en una cancha de césped sintético iluminada con dos grandes reflectores se juega un partido de fútbol. A unos metros, sentados en unas gradas de cemento, un grupo disputa una partida de cartas.
En unos minutos, la cancha de voleibol que está junto a ellos se convertirá en una pista de bikepolo. En este espacio, cercado con una malla, un grupo de jóvenes subidos en sus bicicletas y con una especie de bastón alargado -mallet- en sus manos perseguirá por horas una diminuta pelota de plástico color naranja.
Los polistas son un grupo de jóvenes que conjuga el uso urbano de la bicicleta con un juego que tiene algunos siglos de historia. El bikepolo fue inventado por el irlandés Richard Mecredy en 1891. En Quito este juego, que es una variante moderna del polo, se practica desde hace cinco años. Xavier Grijalva fue quien empezó a practicarlo después de regresar de una estadía en Australia.
Para un polista, la bicicleta es la extensión de su cuerpo. Por lo general visten jeans y chompas impermeables y siempre tienen a la mano su casco y un par de guantes.
Robin Brown es un joven de 27 años. Cuerpo delgado, cabello negro. Él es uno de los primeros en llegar a la cancha de La Isla. Desde hace seis meses, cada martes por la noche lo dedica a la práctica del bikepolo.
Una de las cosas más complicadas para una persona que nunca ha jugado este deporte es mantener el equilibrio. Para Brown eso ya no es un problema. El fuerte dolor que tiene en una de sus piernas no impide que domine su bicicleta, ejecute piruetas estilizadas y dé saltitos sincronizados.
A la mayoría de polistas le gusta hablar de bicicletas, participar en carreras urbanas y frecuentar lugares como La Cleta, un bar temático del barrio La Floresta. Para Ricardo Rodríguez, de 26 años de cuerpo menudo, el bikepolo es parte de su vida.Élno es un jugador improvisado. Adaptó su bicicleta para tener mejor maniobrabilidad y giros rápidos. Él acudió donde un mecánico especializado.
A las 21:00, el frío de la noche pega con fuerza. Hasta la cancha de voleibol de La Isla llegan cuatro ciclistas más.
Todos ataviados con cascos, guantes, rodilleras y hombreras, el equipamiento básico para disputar una partida de bikepolo. Este es un juego que se hace entre seis jugadores, tres por cada equipo. Lo primero es acomodarse detrás de los arcos. En otros países para iniciar un juego se grita ¡tres, dos, uno, polo!
En Quito, los polistas se inventaron un grito propio de batalla, mientras un jugador de uno de los equipos grita ¡Marco!, el otro responde ¡Polo! Acto seguido, dos de los jugadores de cada equipo van al centro de la cancha.
El bikepolo es un deporte de contacto y Brown lo sabe, por eso cuando cae al piso después de una jugada en la que falló un gol, se para como si nada y va en busca de la diminuta pelota color naranja. Tres partidos y varias horas después los poleros se despiden. Al día siguiente seguirán hablando de su pasión: las ruedas y pedales.