Úrsula Calderón y su esposo Fernando Chóez observan a su hija, que nació prematura, el 30 de mayo pasado. Foto: Joffre Flores / EL COMERCIO
La emoción la ahoga, pero también su corazón. Úrsula Calderón respira profundo y conversa suavemente, pero se quiebra cuando recuerda a Samara, su hija. “Es un milagro de Dios”. El llanto no la deja decir más.
Ser madre no estaba entre sus planes, y no porque no lo anhelara. Simplemente, su corazón no se lo permitía. Úrsula tiene el síndrome de Eisenmenger, defecto cardíaco que con el tiempo desencadena hipertensión pulmonar. Nació con un agujero entre los ventrículos izquierdo y derecho del corazón, generalmente separados por un tabique.
Por esa ausencia, la sangre desoxigenada de la periferia del cuerpo no pasa a los pulmones, donde debería oxigenarse. Lo que hace es volver a circular, pero casi sin oxígeno dando lugar a un color azul de la piel, llamado cianosis.
Entonces aparecen los síntomas: dificultad para respirar, palpitaciones irregulares, desmayos, cansancio, dolores en el pecho, piel azulada por la falta de oxígeno… Úrsula convive con esas complicaciones y hace nueve meses desafió todos los pronósticos médicos.
Con el síndrome hay 50% de riesgo de muerte de la madre durante el embarazo. Y en el 90% de los casos el feto muere. La mujer, de 35 años, experimentó un aborto años atrás. “Después de eso conversamos y decidimos no intentarlo más”, recuerda Fernando Chóez, su esposo. “Incluso empezamos los trámites de adopción. “Cumplimos con requisitos y llegó esta sorpresa”.
Úrsula lo descubrió cuando cursaba la séptima semana de gestación (el embarazo dura 40 semanas). El cardiólogo Luis Eduardo Álvarez atendió todo el proceso y articuló un equipo de más de 30 especialistas de los tres hospitales de la Junta de Beneficencia.
Los controles prenatales fueron en el Alfredo G. Paulson; la cesárea, en quirófanos de la Unidad Coronaria del Luis Vernaza y la pequeña es controlada por médicos del Roberto Gilbert.
Álvarez ha atendido a 21 embarazadas con síndrome de Eisenmenger, en los últimos 10 años. Aunque la recomendación internacional es el aborto terapéutico, por el riesgo de muerte materno que implica, todas se negaron. “El instinto de madre es más poderoso”.
El especialista recuerda que siete sufrieron abortos espontáneos. El resto llegó al parto, aunque con gran deterioro físico por el inicio tardío del tratamiento -incluso ingresaron varias veces en Cuidados Intensivos-. Pero la evolución de Úrsula es considerada extraordinaria.
Hasta hace 10 años la recomendación para las pacientes era evitar el embarazo o el aborto, por el peligro que implicaba. Pero ahora se puede decir que “hay dos épocas: antes y después del sildenafil”, explica Álvarez.
Viagra es el nombre común del sildenafil, que se usa generalmente para la disfunción eréctil masculina. Su uso es eficaz y seguro para tratar la hipertensión pulmonar en mujeres embarazadas, porque mejora en parte el flujo de la sangre en los pulmones. Eso ayuda en la oxigenación, tan necesaria para el crecimiento del feto durante la gestación.
Cada pastilla de sildenafil cuesta USD 2. Úrsula tomó dos al día en el embarazo y ahora la dosis subió a dos y media. Algunas semanas antes del parto, el cansancio se acentuó. Ya no podía caminar ni para ir al baño, así que fue internada en el hospital Paulson durante casi un mes. Ahí, la ginecóloga y perinatóloga Marcela Medina vigiló de cerca a Samara, aún en el vientre de su madre.
“Estuvimos pendientes de la evolución de la bebé porque al no recibir mucho oxígeno la tendencia era que no crezca adecuadamente, como pasó”. La pequeña nació el 30 de mayo y fue prematura. Pesó 1 580 gramos, considerado bajo. Pero su fuerte y sostenido llanto sorprendió a los médicos en el quirófano. “Es fuerte, como su mamá. No necesitó oxígeno. Es la niña más esperada”, dice orgulloso su papá.
Úrsula, la madre, no pudo escucharla porque fue dormida con anestesia general para la cirugía. Su primer encuentro con Samara ocurrió cuatro días después, a través del vidrio de una incubadora. “Para mí todo fue muy emocionante. No imaginé que llegaría a lograrlo”, cuenta la madre.
Cada día, por la mañana y en la noche, la pequeña recibe la visita de sus padres. Les gusta conversar con ella, le piden que coma mucho para pronto llevarla a casa. Sonríen al mirar sus tiernos pucheros.