La autenticidad del poncho de Yaruquíes se conserva

Nicolás y Carmen Sinaluisa tejen los ponchos en telares de madera. Su taller funciona en Yaruquíes

Nicolás y Carmen Sinaluisa tejen los ponchos en telares de madera. Su taller funciona en Yaruquíes

Nicolás y Carmen Sinaluisa tejen los ponchos en telares de madera. Su taller funciona en Yaruquíes. Foto: Cristina Márquez / EL COMERCIO

El singular entramado de los hilos caracteriza al telar de Yaruquíes. Allí se tejen ponchos multicolores hechos con lana de borrego, que se consideran el ícono cultural de esa parroquia, situada a cinco minutos de Riobamba, en Chimborazo.

Antaño, los ponchos se tejían en telares de cintura, que se fabricaban con hilos y carrizos. Hoy se hacen en instrumentos más sofisticados hechos con madera y alambre, pero el acabado es muy similar al antiguo.

Nicolás Sinaluisa es un tejedor experto. Él dice que estas nuevas máquinas manuales posibilitan terminar los ponchos en menos tiempo y que incluso les permite mezclar más colores, pero conservan la calidad del trabajo artesanal tradicional.

Su taller es uno de los pocos que continúa funcionando. Los tejidos manuales empezaron a perderse cuando las industrias introdujeron telas más económicas.

“Antes, cada familia tenía un telar en su casa y las comunidades de Cacha y Yaruquíes eran conocidas por su tradición artesanal. Todos sabían tejer, pero el oficio empezó a extinguirse poco a poco, y el conocimiento también” contó Sinaluisa, mientras tejía un poncho.

Otro factor que afectó a los tejedores fue la intensa migración que se registró en la parroquia. De hecho, Nicolás fue uno de los comuneros que salió para trabajar en la ciudad y no continuar con el legado de su padre, Segundo Sinaluisa, debido a la falta de pedidos.

“Las prendas originarias hechas a mano no podían competir con ropa sintética que se ofrecía en el mercado, parecía que ya no había futuro”, recuerda el artesano.

En el 2002 se inició en Yaruquíes un proyecto de rescate cultural liderado por el sacerdote Wolfang Shaft. Él gestionó fondos internacionales para financiar la construcción de una unidad educativa que incluyera un taller de tejidos.

El objetivo era educar a los niños para que recuperaran los conocimientos ancestrales, y crear fuentes de trabajo para los artesanos del sector.

“Llegaron tejedores de Otavalo para capacitarnos y también los ancianos que recordaban las técnicas antiguas nos enseñaron ese trabajo y así empezamos el taller”, cuenta Sinaluisa.

Hoy el taller es uno de los más grandes de la provincia. Allí se confeccionan los uniformes para las unidades educativas interculturales. También se hacen los trajes andinos que reciben las autoridades y los personajes especiales, como el Yaya Carnaval y la Mama Shalva.

La semana pasada, Nicolás fabricaba un poncho especial, en tonos beige, ocre y verde, que fue entregado a un sacerdote indígena para oficiar las misas. “Nunca he hecho un poncho para un sacerdote. Es un trabajo especial”,
dice sonriente.

Los hombres que representan la tradición del chagra en los desfiles y rodeos también son compradores frecuentes.

“Estos ponchos son ideales para las tareas del campo. Ayudan a conservar el calor en el páramo y son muy resistentes para el trabajo duro”, explica Juan Almeida, propietario de una finca ganadera.

Actualmente los ponchos de Yaruquíes también son demandados en Cañar, Bolívar y Azuay, debido a su alta calidad. Sinaluisa y su familia se capacitaron para aprender sobre tejidos de otras nacionalidades. Además de los ponchos, tejen también bayetas, shigras y ponchos con diseños especiales para mujeres.

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