El arte perdura en el cementerio de San Diego

El mausoleo del capitán Hugo Ordóñez, 1952, recuerdo de su esposa e hijos. Foto: Armando Prado/EL COMERCIO

El actual cementerio de San Diego fue inaugurado en 1872, en reemplazo de una pequeña necrópolis que, según cuenta la tradición quiteña, dio cabida a los restos de los soldados muertos en la Batalla de Pichincha, de 1822.
Durante varias décadas fue el preferido por lo más granado de la sociedad quiteña, y arquitectos renombrados de la época -como Pietro Capurro, Luis Mideros y Francisco Durini- diseñaron lápidas, columbarios y mausoleos, algunos de corte monumental.
Un recorrido por sus caminerías empedradas permite apreciar la mezcla de estilos (clásico, neoclásico, neobarroco o romántico), que adornan las tumbas de muchas familias influyentes de principios del siglo XX.
Los ángeles tallados en mármol italiano o los santos de granito asombran por su perfección y han resistido más de cien años en el cambiante clima quiteño. El ejercicio fotográfico consistió en sacar a la luz esos detalles y mostrarlos en su real magnitud.

El mausoleo de la familia Palacios-Alvarado. No tiene una fecha de registro. Foto: Armando Prado/EL COMERCIO
- El día en que las flores se tomaron el Pentágono
- Esmeraldas: Dos localidades preservan el manglar
- Una pesadilla llamada secesión
- Una contribución sustancial cuyo destino es perdurar
- El influjo de la Revolución Rusa en las ideas de los años veinte
- Los lagos salados reducen su tamaño
- La polución, amenaza de salud pública
- María Cuvi: Hay que hablar, pero sin rabia