‘El arte también es acción’
Matilde Ampuero posa en su casa con una obra de Marco Alvarado. Actualmente tiene abierta la muestra ‘La tierra del guasango’ en el Museo Amantes de Sumpa de Santa Elena. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO.
Matilde Ampuero congenió obras de los mejores artistas guayaquileños con la producción simbólica de artesanos de Manabí o afroecuatorianos de la Isla Trinitaria. ‘Contaminados’ (2018-2019), exposición que curó en el Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC) de Guayaquil, ponderó además el trabajo de fotógrafas waorani cuya obra se exhibe ahora en la muestra ‘La tierra del guasango’, en Santa Elena.
También estuvo detrás de ‘¿Es inútil sublevarse? (2016-2017), hito expositivo en Guayaquil por el que sobrevolaron también nociones de activismo, resistencia creativa y arte social
.¿Qué es artivismo?
Un acrónimo de arte y activismo, un término utilizado en las últimas décadas para nombrar la unión de unas acciones políticas, de protesta y reivindicativas, con prácticas estéticas críticas, propias de las sociedades contemporáneas, como el ‘performance’, el grafiti y otros. Tanto el activismo como este tipo de arte buscan generar acciones colaborativas.
¿Cuándo surge como concepto más extendido?
Creo que a partir de la caída del muro de Berlín, cuando se derrumba toda esa utopía, con el desprestigio de las izquierdas y el posicionamiento de la posmodernidad en los noventa. Y es que de repente los contextos de las ciencias sociales incursionan en el arte contemporáneo, a partir de los 90 el arte vive estas fusiones, gana en lo multidisciplinario. Y el arte es el espacio donde protestar.
¿Qué tienen en común las manifestaciones definidas como artivistas?
El trabajo desde lugares no-convencionales es un arte que surge de la emergencia: social, migratoria, climática. La resistencia contra el capitalismo salvaje, que lo consume todo sin respeto a la humanidad y al planeta, demanda todo tipo de acciones por parte de los distintos actores sociales, entre ellos los artistas. El activismo en el arte no es nuevo, es una forma estética que se enfoca en lo social, y encuentra la poética que posee la protesta.
¿Por qué emerge (el artivismo) como un lenguaje global en el siglo XXI?
Porque creo que toma algunas de las estrategias y aprovecha los sistemas de comunicación del propio sistema. Cuando surge un ismo es porque se necesita identificar una forma, denominar, nombrar, por la necesidad de ubicar, ponerle un nombre a una tendencia. Pero el peligro es que la palabra se quese solo en un cartel y ver si existe el peligro de que el artivismo se institucionalice, es decir, que se acepte, se espere, y que sea ‘chévere’, lo cual lo puede desvirtuar.
¿Cómo cree que se relaciona el tema con nociones como la globalización?
Con la globalización y el neoliberalismo. Ambos sistemas son parte esencial de nuestras vidas, pertenecemos a ellos. Las acciones contrahegemónicas intentan desplazarse fuera del eje de la globalización neoliberal y del poder. La pregunta es hasta dónde llega el artivismo en este desplazamiento.
Como heredero del arte urbano y el ‘performance’, el artivismo sucede sobre todo en la calle, pero cada vez se cuela más en lo rural y en los museos. ¿Por qué?
Entiendo que en toda Latinoamérica, mi realidad más cercana, existen movimientos que buscan reconstruir y diseñar prácticas que devienen desde lo ‘subalterno’, desde la fuerza que posee el sujeto colectivo. En mi experiencia con las comunidades urbanas y rurales del Ecuador, sus prácticas y vida cotidiana muestran que es posible trascender este sistema de dominación que nos aísla, cuyo bastión principal es el individualismo.
¿Cómo las trascienden?
Veo que las comunidades se insertan con las especificidades del sistema, se adaptan a él, y en ocasiones le ganan al sistema. Por ejemplo los códigos de la visualidad popular terminan imponiéndose a la del mundo globalizado. En lo rural y en las comunidades amazónicas pervive ese sentido emocionante de lo comunitario, que se contrapone al individualismo.
¿Como relaciona su trabajo con el término?
Nunca fue mi intención hacer artivismo. Es la palabra que surge por la acción y la intervención crítica de los artistas en el devenir social, pero es uno de los componentes del arte de siempre. Como curadora he propuesto visibilizar estas prácticas y la relación existente entre lo local y lo global, entre el centro y la periferia. A la exposición de La Artefactoría le puse como título ¿Es inútil sublevarse?, por un artículo de (Michel) Foucault. La sublevación es algo inevitable, decides protestar porque ya no puedes más, porque ya no tienes nada que perder...
Hay un artivismo político más duro y unilateral, mientras otro parece una herramienta comunitaria. ¿Se pone en tensión la crítica política y la labor social?
La crítica y la conciencia sobre la realidad social es una función del arte, pienso que frente a una realidad tan abrumadoramente destructiva, insaciable y devastadora como la actual no se puede ser neutral. La organización y las herramientas comunitarias también son espacios atacados por el sistema, muchas veces de las forma más cruel.
¿Qué tanto tiene que ver también con encontrar placer en la reivindicación?
Toda sublevación es poética y es profundamente humana.
¿Cómo se relaciona el tema con el feminismo?
El feminismo fue y es una bandera de lucha contra el poder hegemónico patriarcal. ‘El violador eres tú’ por ejemplo fue una propuesta que calzó perfectamente con el sentir de mujeres y de grupos tradicionalmente atacados ¿Es artivismo?, no lo sé, pero funcionó y se regó como pólvora.
¿Por qué cree que las reivindicaciones feministas han sido un campo fértil para el artivismo?
Podría parecer romántico, pero creo que actualmente el arte es el lugar de la utopía, antes lo eran las revoluciones sociales que prometían equidad y justicia social. En 1989 con la caída del muro de Berlín ese espacio de transformación se trasladó definitivamente al arte, que se integró a otras disciplinas. En la práctica los artistas se pronunciaron creando formas de resistencia, denuncia y crítica muy poderosas, especialmente en Latinoamérica. Y después de 30 años nuestra región tiene una gran tradición de arte político, de resistencia, disidente y combativo.
En Ecuador hemos visto reflejado el tema en un trabajo con comunidades amazónicas. ¿Qué tanto ha tenido un papel para concienciar sobre ecología?
Mucho. En lo que respecta a mi trabajo curatorial he querido mostrar cómo las comunidades ancestrales son un ejemplo de resistencia, que es posible otra forma de vida en colaboración y autogobierno.
¿En esa medida el artivismo es también un instrumento de integración racial o de crítica hacia injusticias históricas?
Sí, en mis planteamientos curatoriales he querido quitar importancia a esa discusión entre la artesanía y el arte, porque hay una emergencia de un planeta que se está desbaratando y son estas comunidades ancestrales las que las conservan. El sentido de comunidad es un sentido que nos protege, un sentido de protección. En las comunas de Santa Elena, por ejemplo, uno sabe que puede contar con el otro, con la gente. Son resilientes, resisten en la medida que se adaptan. Y la adaptación también es una forma de resistencia.
¿El arte puede en verdad generar una concienciación hacia el cambio?
Creo que sí, que el arte ha sido siempre el lugar de la esperanza, creo que es posible el cambio social a través de una producción que visibilice lugares, realidades, territorios del cuerpo social que los medios no muestran, que los artistas propongan alternativas de cambio para esos lugares, que sean el punto de quiebre.
¿No es exagerado pedirle al arte que impulse los cambios sociales?
El arte tiene esa capacidad, permite la identificación, convoca, subleva, transforma. Nos quisieron hacer creer lo contrario, que el arte era solo contemplación y concepto; sí, pero también es acción.
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