Fabiano Kueva afuera de su estudio-oficina donde se desarrollaron proyectos como Ciudad Modelo, Ciudad Espejo, Espíritu de Red y Animismo Animado. Foto: Galo Paguay/ELCOMERCIO
Fabiano Kueva es un artista ecuatoriano con una gran fascinación por el trabajo con los archivos. En esta entrevista reflexiona sobre la necesidad de su existencia en la vida pública y privada.
Fabiano Kueva, uno de los artistas ecuatorianos más activos de los últimos dos lustros, trabaja con archivos sonoros y fotográficos, documentos manuscritos y grabados desde el 2000. Uno de sus últimos trabajos lleva por nombre Archivo Humboldt, un proyecto en que ficciona varios de los viajes de este explorador alemán. Unos días antes de emprender una nueva visita a Alemania, hizo una pausa para reflexionar sobre su visión de los archivos, en la actualidad.
Se ha dedicado a trabajar con archivos desde hace 19 años, ¿en algún momento se ha detenido a pensar qué es para usted un archivo?
Para mí un archivo es la posibilidad de crearle un sentido a una serie de documentos. En la actualidad el debate sobre los archivos está en esta idea de sentido y en la posibilidad que hay de hacer una relectura de ellos. Algo interesante que pasa ahora es que estamos viviendo una política del archivo ‘menor’, donde las cosas pequeñas, perdidas, extraviadas, o documentos anómalos empiezan a decirnos más que los grandes documentos.
¿Cuándo los archivos se convierten en un espacio de memoria?
Son procesos. A la final podríamos determinar que estamos rodeados de archivos. Se construyen procesos a partir de encuentros. En el momento en el que una comunidad otorga un sentido alrededor de algo se empiezan a mover cosas como la memoria y los afectos. Una de las cosas atávicas con los archivos es que están pegados a lo material, pero hay una cosa inmaterial en ellos. Desde hace unos 30 años se está trabajando mucho en los archivos familiares, donde hay procesos de recuperación de cinematografías caseras, de postales, o de cartas. Estos archivos se han vuelto un contrapeso a los grandes documentos. Creo que lo que finalmente construye memoria es el encadenamiento de estos pequeños acervos que tenemos en la casa con los acervos públicos.
¿Fuera del arte la gente se interesa por preservar los archivos familiares?
Yo veo poco apego por los archivos familiares. Creo que aquí se desecha muchísimo. Cuando comencé a trabajar el proyecto de Solanda (Ciudad Modelo) pensé que era un proyecto de memoria y ahora pienso que más bien es como una manera de negociar el olvido. En las personas hay una voluntad de olvidar y eso es completamente legítimo porque no todo en la vida es memorable. En mis proyectos también me he dado cuenta el peso que tiene el documento en papel. Se cree que el documento, impreso, escrito o gráfico es el documento que hay que preservar y ahí hay como unos pendientes porque en el país no existe una fonoteca.
¿Cree que en los archivos estatales se prima el discurso del poder?
No creo. Cuando tienes un documento en tu mano se dice mucho del poder que construyó ese documento pero también se revelan las ausencias. Creo que parte de la potencia de un archivo no está solo en lo que aparece sino también en lo que no aparece, lo que se olvidó, o lo que no se preserva. También pienso que hay cosas que no son archivables como las experiencias rituales donde tú puedes tener una grabación, una filmación o un diario de campo, sin embargo, juntando todas esas cosas no puedes dar cuerpo a esa experiencia en su total dimensión.
¿Cree que es necesario que un país tenga un Archivo Nacional?
No creo en los archivos nacionales. No creo que a estas alturas de la vida tengamos que apelar a una cosa central inmensa. En el caso de Ecuador, por la propia dinámica cultural que tiene pensaría más en generar pequeños archivos en red. Pensemos en una comunidad amazónica que está cerca del Yasuní que cuenta con sus propias experiencias y documentos que pueden entrar en una categoría de archivable. Ese archivo podría ser trasladado a Quito pero creo que es momento de quitarnos de la cabeza esa idea que hay que centralizar todo. Me parece más interesante que un archivo se quede en el lugar de origen y que el resto de personas aprendamos a relacionarnos con esas memorias de un modo más vivo.
¿Para qué sirve tener un archivo personal?
Un archivo personal sirve para crear comunidades y distintas lecturas de un mismo hecho o momento de la vida. En mi caso esas lecturas están enfocadas hacia una memoria artística del trabajo de los años ochenta y noventa. Estoy pensando en las grandes crisis migratorias que hay por todo el mundo donde un zapatito puede decir muchas cosas de lo que la gente está viviendo. Lo que he llegado a comprender es que el tiempo es el que determina la potencia de un archivo. El año pasado, por ejemplo, fui a ver los archivos de Walter Benjamin y vi una serie de documentos que con el paso de tiempo han agarrado un potencia increíble.
Si un archivo estatal preserva el patrimonio documental, ¿qué preserva un archivo personal?
Creo que preserva exactamente lo mismo pero con una circulación totalmente diferente. Para mí un archivo es como una presencia. Sé, por ejemplo, que en el archivo del Ministerio de Cultura está la Carta de Jamaica, un documento que tiene mucho significado pero del cual muy pocos conocen su existencia, por eso creo que los archivos deben tener una presencia en la vida de la gente. Lo mismo pasa con los archivos individuales. El momento en que el documento tiene una presencia permanente en la vida cotidiana de los otros se genera memoria. Tú te empiezas a cuestionar si botar o no tus fotos porque quizás luego para otros también tendrán valor. Hay que generar valor por el pasado porque ahora estamos constantemente abrazando el olvido.
En un mundo donde la memoria importa poco, ¿qué pasa con los archivos digitales?
Hace poco hubo un debate, a escala global, sobre los archivos interminables o digitales, donde se cuestionó la sobreabundancia de formas frente a la debilidad de contenidos. Cuando hablamos de un archivo estamos hablando de la posibilidad de un contenido y de un sentido que se va construyendo y que también tiene un valor muy puntual. Si pensamos en la crisis ambiental cada transformación paisajística retratada, así sea desde la cámara de un teléfono celular, va a tener un valor. Hay que comenzar a pensar formas en que esos documentos salgan de sus pequeñas comunidades y se comiencen a compartir. No hay que olvidar que el soporte digital es totalmente inestable. El día que haya una crisis eléctrica o de conectividad esos archivos van a desaparecer.
¿Por qué los archivos se han convertido en el nuevo paradigma del arte?
Creo que son un capital inmenso. Los archivos se han convertido en un montón de dinero. En términos económicos, un archivo significa muchísimo.
Hay mucho interés por los archivos de los artistas porque es un capital que puede explotarse de diferentes maneras. Dije que los grandes archivos estatales tienen que cambiar de lugar pero los archivos públicos no tienen que dejar de existir porque lo otro son las colecciones privadas que se vuelven inaccesibles. Pensemos que pasaría si algún coleccionista de Dubái decidiera comprar todos los manuscritos del escritor Pablo Palacio y meterlos en su caja fuerte, lo más probable es que ahí se acabe Palacio.
Así como existe este ejercicio de archivar existe el de desarchivar, ¿para qué existe este último?
Desarchivar tiene que ver con el ejercicio de hacer visible ciertas cosas que no son tan públicas, pero sobre todo hacer evidente la potencia que puede tener algo con un pasado compartido. En ese contexto creo en el valor de una foto tomada en La Alameda o en el gran documento que está en el archivo. En el caso del Archivo Humboldt, me interesó la frontera extremadamente leve que existe entre la ficción y la historia. Me parecía que había unos resquicios que delataban el empuje de la realidad hacia espacios poco probables.