“Antes éramos más costureras, ahora la gente desecha la ropa rota”, dice Erlinda Ruiz (foto) quien se dedica a la costurería. Foto: Diego Pallero/ EL COMERCIO
Entre puestos de trastos, ropa, comida, libros y más, a las 08:00, Julio César Peñaherrera, de 84 años, levanta la puerta de su pequeña sastrería, ubicada en la plaza Arenas, en el Centro de Quito. Es una de las pocas personas que busca mantener vivos los antiguos oficios de la capital.
Peñaherrera se inició hace casi 50 años cosiendo a mano con su primo. Destaca que esa era la mejor forma de ejercer la sastrería. Con Bach de fondo, tiene en sus manos un saco de lana. Esa prenda representaban la elegancia y el buen vestir del quiteño, junto con un pantalón de tela y un chaleco de costuras y dobladillos perfectos.
El paso del tiempo, o como él lo llama, ‘la industrialización’, ha traído consigo máquinas que le facilitan un poco las cosas; sin embargo, afirma que a sus técnicas clásicas de costura no las cambia por nada.
“Antes se cosían las prendas de vestir a mano y eso era
un arte”,dice Julio Peñaherrera, quien se dedica a la sastrería. Foto: Diego Pallero/ EL COMERCIO
A pocos metros del lugar, con una especie de chimenea encendida y entre paredes oscuras, José Chuquimarca, de 70 años, está fundiendo un metal alargado para convertirlo en una herramienta.
Chuquimarca, conocido como ‘El Herrero’, lleva casi medio siglo reparando artículos de construcción. Las llamas del fuego incandescente son lo único que conserva del oficio que su padre le heredó. También es testigo de la modernidad y comenta que las nuevas técnicas para trabajar el hierro le son de gran ayuda.
Antes de continuar encontrándonos con más representantes de los oficios, hay que especificar qué se entiende por ‘antiguo’, ya que podríamos ir hasta la cultura aborigen. Pero al mencionar ‘oficios’, nos trasladamos a la época colonial, donde aparecen herreros, carpinteros, sastres, costureras, lavanderas, cargadores, peluqueros, panaderos, entre otros, quienes se organizaban en gremios para subsistir, ya durante la época republicana, según cuenta el historiador Juan Paz y Miño.
“Las máquinas modernas me han ayudado en algunos trabajos”, comenta el soldador José Chuquimarca (foto). Foto: Diego Pallero/ EL COMERCIO
Afirma además que a mediados del siglo XX la mayoría de estos oficios que sobreviven en el Centro y barrios populares del sur fue afectada por el avance capitalista e incluso por la urbanización, es decir, coincide con Julio y José, quienes destacaron lo positivo y lo negativo del hecho.
Algo que no ha sido afectado por el paso de las décadas es la máquina de coser de Erlinda Ruiz y la soldadora de Alfredo Collaguazo. Estas herramientas simbolizan la herencia y tradición de dos actividades que se niegan a desaparecer. La costurera compró su máquina en 90 sucres, hace 60 años. Según pensaba, solo era para arreglar las prendas de su familia y nunca imaginó que perduraría en el tiempo y que a lo largo de su vida pasaría rodeada de agujas, hilos, dedales y cintas.
“Los modos que teníamos para fundir el hierro eran muy distintos”, afirma Luis Collaguazo, herrero (der.). Foto: Diego Pallero/ EL COMERCIO
Collaguazo , de su lado, tiene 40 años de oficio como soldador. A sus 15 años, cuando empezó , “era pan comido realizar pasamanos, puertas y ventanas sin tanta máquina”; sin embargo, hoy le son muy útiles y casi indispensables, además, “que ha sido fácil aprender a usarlas”.
Sobre el relato de Collaguazo, el historiador Juan Paz y Miño señala que la población actual es muy hábil y aprende, muchas veces, sin necesidad de cursos o capacitaciones, aun así se deben tomar precauciones, ya que hay máquinas que reemplazan al ser humano en un trabajo.
“Los panes que se hacían en hornos de leña tenían mejor sabor”, dice Clemencia Abad. Foto: Diego Pallero/ EL COMERCIO
Hasta el momento, las historias concuerdan con el uso de técnicas tradicionales, a pesar de la incorporación de aparatos contemporáneos, a ellas se une Clemencia Abad, quien lleva 31 años laborando en una antigua panadería del centro. Aunque el aroma a pan recién salido del horno eléctrico no se compare con el aroma del pan salido de un horno de leña, Clemencia sabe que este es uno de los oficios más antiguos del mundo y que no desaparecerá, solo se innova, al igual que la peluquería.
Para contarnos sobre este elegante oficio, en el pasaje Amador está Luis Armijos, quien corta el cabello y afeita hace más de 40 años. Tijera y peinilla era lo único que necesitaba para lograr estilos finos y con sombreado.
En la peluquería, antes se cortaba el cabello solo sobre peinilla”.
Luis Armijos, peluquero. Foto: Diego Pallero/ EL COMERCIO
Esto continúa siendo lo que distingue a los peluqueros de los salones de belleza. Aunque para un cliente que escuchaba esta historia, la buena música y la atención también son detalles que un peluquero cuida en el momento de trabajar.
Clemencia, Julio, José, Erlinda, Luis y Alfredo son seis veteranos que, mientras realizan su trabajo, expresan nostalgia por los tiempos que no volverán y festejan el 1 de Mayo como mejor saben hacerlo, conservando los antiguos oficios de Quito. Con su esfuerzo, también preservan parte de nuestra identidad cultural.