Un año para descubrir a Eduardo Solá Franco

El centenario del nacimiento del artista guayaquileño es excusa de investigaciones y libros. Foto: Archivo.

Pintó a sus amigos, a sus amantes, a sus posibles amantes y al reflejo que percibía de sí mismo. Sin embargo, en este mar de cuerpos y rostros plasmados sobre el lienzo, el cuadro que tuvo mayor presencia en la memoria de Eduardo Solá Franco fue aquel en el que inmortalizó a su madre.
Hecho singular que da nuevas pistas para entender al artista del cual se celebra, a lo largo de este año, el primer centenario de su natalicio. Porque a diferencia de lo que sus propios críticos pensaron, la homosexualidad -y en ese sentido, el cuerpo masculino- no es razón suficiente para comprender toda la propuesta creativa del guayaquileño, nacido un 16 de octubre de 1915.
El primer centenario marca un punto de partida para (re)conocer al artista que pese a la marginalidad en la que vivió, nunca cesó de formarse en las diferentes ramas del arte. Si bien la pintura fue la primera en inquietarlo (en una entrevista publicada en el número 25 de la Revista Nacional de Cultura afirma que desde los 10 años ya quería dedicarse exclusivamente a esto), Solá Franco nunca rechazó la idea de formarse en varios ámbitos de la creación.
En ese mismo diálogo, al recordar toda su trayectoria en conjunto, ya septuagenario dice: “Yo tenía que contar cosas (...) Yo las contaba con mi pintura, pero después encontré que podía contarlas con la literatura también, y después con la escultura, la música y tantas cosas, así iba ampliando mis campos de creación, porque he descubierto que todas las artes se relacionan entre sí”.
Este cúmulo de experiencias e intereses marcaron profundamente al trabajo de Solá Franco. Por ejemplo, en esculturas como Mi lucha (1949) es claramente visible que el artista otorga a la figura de cierto dramatismo propio del teatro.
Y en Retrato de Philip Salem se admira el cuerpo de un bailarín pintado con la técnica de quien no solo mueve con maestría su pincel sobre el lienzo sino, además, es el producto de un conocedor de toda la parafernalia que compone el mundo de la danza: zapatillas, escenario, expresión corporal.
Una crónica de la vida
Casi 19 años han pasado desde la muerte de Solá Franco, en Santiago de Chile. Un tiempo que ha servido al editor Irving Zapater para crear un retrato más sesudo del artista al cual ha dedicado años de lecturas e investigación.
Editor de largo aliento, Zapater habla de Solá Franco como el hombre que pensó exhaustivamente el paso del tiempo. Un hecho que lo llevó a crear, como buen dibujante, una serie de diarios en los que están retratados no solo los personajes de su época sino, además, todos quienes estuvieron en contacto con él desde su juventud. Son páginas en las que el conflicto del olvido y la memoria se resuelve a través del trazo sobre el papel.
Pero no solo en sus apuntes personales estuvo aquella obsesión suya por inmortalizar su propia historia. Varias de sus pinturas reflejan esta voluntad personal por dar forma a lo que, en conjunto, se podría llamar Crónicas de Solá Franco.
En piezas como Los cortesanos se vislumbran sus lecturas y viajes por Europa. Y en sus escritos teatrales, vale recordar aquí ‘Gauguin’, el artista se convierte en un actor que, a lo mejor inconscientemente, habla al espectador de su propia vida.
Pero si se trata de hacer énfasis en la historia vivida, el Retrato de Dorian Gray, óleo de la década de 1970, es la mayor expresión de esta realidad. En este cuadro, Solá Franco junta al joven y al anciano en un espacio donde los dos deben necesariamente convivir.
Y aunque la pintura quisiera hablar de cualquier otra persona que no sea el mismo Solá Franco, este se delata al plasmar un azul intenso en los ojos de los dos hombres. Una mirada que al espectador le recuerda quién es el autor y a quién se refiere en la pieza.
Un año de fiesta
Hace poco menos de un lustro, uno de los museos guayaquileños recordó a su pueblo el legado que dejó uno de los artistas más olvidados de la urbe porteña. Dentro de la curaduría de esta muestra, denominada ‘El retrato de los afectos’, participó Rodolfo Kronfle.
Para este 2015, Kronfle ha planificado un proyecto sin igual: la publicación de cuatro tomos que incluyen los 14 volúmenes de sus diarios ilustrados (1935-1988) acompañados de un estudio sobre los mismos.
Al respecto, el curador comenta: “los diarios constituyen la obra de arte más ambiciosa que se haya producido en el Ecuador en el período moderno. ¡Más de 3 000 ilustraciones acuareladas producidas ininterrumpidamente en un período de más de 50 años!”.
Este es su homenaje aun artista al cual “el medio cultural local le fue ingrato y poco receptivo”, como reflexiona Kronfle en relación a toda la propuesta de Eduardo Solá Franco.