Los animeros afros mantienen su tradición

Los animeros acompañan a las personas en los recorridos por espacios como los cementerios locales. Foto: Marcel Bonilla / EL COMERCIO

Los animeros acompañan a las personas en los recorridos por espacios como los cementerios locales. Foto: Marcel Bonilla / EL COMERCIO

Los animeros acompañan a las personas en los recorridos por espacios como los cementerios locales. Foto: Marcel Bonilla / EL COMERCIO

La cultura de los animeros se mantiene en tres comunidades afros del norte de la provincia de Esmeraldas y se celebra durante la recordación de los Santos Difuntos, en noviembre de cada año.

Se llaman animeros porque se convierten en los guardianes de los difuntos o ánimas de sus antepasados en cada pueblo. Una de sus funciones es ser guardianes de sus familiares, donde quiera que estén.

Esta celebración se realiza en las localidades afros de Trinidad, San José y Telembí, asentadas en el alto Cayapas, en el norte de la ‘Provincia Verde’, donde las familias se concentran para cantar y rezar a sus antepasados.

Los animeros son ciudadanos escogidos por la comunidad. El principal requisito para obtener ese título es ser un hombre o una mujer profundamente religiosos, conocer la cultura del pueblo afro y tener respeto por los difuntos.

Quienes son parte del grupo realizan un ritual que empieza el 1 de noviembre por la noche en la comunidad, vestidos de blanco y con gorros de color negro, para hacer sus recorridos nocturnos mientras los demás duermen.

Hombres y mujeres recorren todo el pueblo en medio de la oscuridad, en silencio, cuidando el cementerio en una vigilia que dura toda la noche y la madrugada.

Los animeros Livintón Orobio y Líber Caicedo, de las comunidades de San José y Telembí, en el alto Cayapas, explican que todo se prepara dos mes antes, eso incluyen los alabaos y el vestuario que usarán para la vigilia en el pueblo.

En la comunidad de Telembí existe un grupo de animeros de 20 personas, en San José 30 y Trinidad 8, que durante años han participado de las vigilias.

Para cumplir con esta tradición, en la noche se apagan las luces del pueblo por completo, para que los animeros salgan a vigilia en el cementerio y todo el pueblo. Al día siguiente se hace una caminata por toda la comunidad, a manera de pregón. Allí se recogen todas las ayudas que entrega la gente para la celebración del siguiente año.

Hombres y mujeres piden limosnas por las benditas ánimas del Purgatorio, en una sábana de color blanco. Quien tiene dinero lo pone; hay quienes aportan con velas, que se guardan para el siguiente año.

Los animeros suelen concentrarse en una de las casas del pueblo donde tienen alimentación y se alistan para la noche del 2 de noviembre, para realizar la llamada Luminaria del pueblo.

Para eso, por el día colocan pequeñas estaquitas de caña guadúa con unas velas y las encienden en la noche en medio de rezos y cantos. Las cantoras entonan alabaos y rezos.

Las mujeres han creado sus propios cantos. Uno de los grandes intérpretes de los alabaos era Ciriaco Ortiz (+), uno de los recordados animeros y mencionados en las canciones.

En medio del canto, los invitados toman guarapo de caña y se reparte chocolate caliente, del que cultivan las familias en sus fincas.

El antropólogo Adison Güisamano explica que esta tradición, entre el 1 y 2 de noviembre, es una de las menos visibilizada del pueblo afro, pero que encierra un profundo contenido cultural.

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