Segundo Mashqui y Ángel Tisalema, los últimos músicos del pingullo y el redoblante en la comuna Angahuana. Foto: Modesto Moreta / EL COMERCIO
El sonido del redoblante y el pingullo se silencian lentamente en la comunidad Angahuano Alto, de la parroquia Santa Rosa, localizada en el suroeste de Ambato, en Tungurahua.
En esta comunidad indígena, Segundo Mashqui, Ángel Tisalema y Segundo Bravo, son los últimos músicos que interpretan melodías antiguas como el Danzante y el Yumbo con sus propios instrumentos.
Son quienes animan las celebraciones del Corpus Christi, en junio de cada año, en esta comunidad localizada a 25 minutos de la capital del Tungurahua. Segundo Mashqui, de 68 años, es el pingullero. El sonido de su instrumento musical lo se escucha en las comunidades de Pilahuín, Santa Rosa, Chibuleo y otras vecinas. También, ha viajado a Guayaquil, Guaranda y Ambato.
El hombre se lamenta debido a que ninguno de sus dos hijos aprendió a entonar la música autóctona, que no tiene bases teóricas, y que él las aprendió de pequeño cuando su padre le obsequió este instrumento de 30 centímetros de largo de madera y con tres perforaciones.
“Los niños y jóvenes ya no se interesan, no quieren aprender. Hay que tener amor a la música para ser un buen músico. Eso hizo que nuestro arte y la cultura se pierdan de a poco”, cuenta Mashqui.
Este año cumplirá 46 años de interpretar este instrumento musical que lo aprendió con un amigo de su progenitor. Para captar los sonidos caminaba detrás de los músicos que animaban las fiestas. “Hay que afinar el oído para captar las notas musicales, pues es un poco complicado”.
En lo que más reniegan los chicos es la coordinación que debe tener el sonido del pingullo y del tambor. Los dos instrumentos suenan al mismo tiempo y en forma sincronizada.
Sus compañeros Ángel Tisalema y Segundo Bravo complementan el grupo. Todos caminan por su pueblo de casas dispersas recordando a los antiguos músicos que fallecieron sin haber dejado discípulos. “La música ancestral que interpretamos va a desaparecer, somos los últimos que tenemos en nuestra mente la música, nada está escrito”, dice Tisalema que pese a que le falla el oído izquierdo, no ha perdido la sensibilidad y el amor por su instrumento.
Por más de 30 años, ha interpretado el redoblante que se entona con dos palillos de madera. Pese a sus 75 años, logra que el sonido de este instrumento retumbe en toda la comunidad.
Fernando Malqui, de 16 años, es uno de los jóvenes de la comunidad que desea aprender esta música. Dice que es necesario que los taitas enseñen a los niños y jóvenes los ritmos que son parte de su cultura.
Segundo Bravo, otro de los pingulleros, está dispuesto a enseñar ese arte que aprendió de niño. “No conocí a mi padre, pero sé que fue uno de los músicos importantes de la zona”. Ahora está preocupado porque ninguno de sus cinco hijos aprendió estos conocimientos impartidos.
Una de las propuestas de un grupo de jóvenes de seis comunidades de Santa Rosa es que los tres músicos enseñen este arte a los niños y jóvenes. “Es complicado porque no hay notas, ni partituras para guiarse y solo deben aprender escuchando las melodías”, menciona Achik Sisa, músico y estudioso de la cultura local.
Sisa propone impulsar un proyecto para la instalación de un centro de arte y cultura con el propósito de que los pingulleros, tamboreros y flautistas impartan a los chicos de la comunidad esos conocimientos andinos. “Es complicado debido a que no hemos recopilado la información de los antiguos músicos”. Ahora Sisa plantea realizar una investigación para tener un documento con el respaldo teórico de esta música.