La llegada de la aplicación Uber causó inconformidad en los taxistas, especialmente en España, Alemania y Colombia. La app llegó esta semana a Madrid y ya hubo protestas de los conductores de transporte público.
Uber nació en San Francisco, EE.UU., y se extendió a casi 40 países del mundo. La razón: los usuarios pueden acceder al servicio de un vehículo, localizar el más cercano y hasta pagar con tarjeta de crédito.
El conductor no necesariamente es un chofer profesional, se inscriben en la plataforma digital los mayores de 21 años. Las tarifas no son las oficiales e incluso pueden ser más baratas o más caras -de acuerdo con la demanda o a las condiciones climáticas.
A ello se suma que el pasajero es bien atendido, el conductor le abre la puerta y hasta recibe una botella de agua. No hay quejas si debe ir a un lugar distante y hay tráfico. Al país han llegado, al menos, dos app similares para facilitar la movilización en taxi. El usuario se baja la aplicación y desde ella puede solicitar un taxi y evita salir a buscar el servicio en la calle o llamar a una central telefónica. Eso es lo único novedoso.
Una vez que se utiliza el servicio, las buenas y las malas costumbres se mantienen. Muchos conductores no quieren ir al sur si uno está en el norte, otros quieren negociar la tarifa o escuchar música a todo volumen. También hay de los que cumplen las normas. La tecnología no ayudó a derribar las paredes del mal servicio. El usuario no querrá pagar más si el trato es similar (aplica para todo tipo de transporte público).
Uber está avaluada en USD 3 500 millones y una de sus fortalezas (y defensas en contra de sus taxistas detractores) es que ellos brindan buen servicio y evalúan constantemente a sus conductores ¿aquí sirve de algo una queja de un usuario?
En muchos países los taxistas se han amparado en que los conductores de transporte deben tener el aval del Estado y que solo este puede regular tarifas. En los pasajeros eso no ha calado y han optado por Uber.