En Alabado Chico se recuperaron 1,6 hectáreas. Se intervendrán 3 hectáreas. Fotos: Glenda Giacometti / EL COMERCIO
Los terrenos de Alabado Chico, una pequeña comunidad situada junto a la laguna de Colta, en Chimborazo, eran estériles. Las 30 familias que habitan en el pequeño poblado hoy buscan recuperarlos y volver a sembrar cereales.
“Hace 50 años el paisaje de la comunidad se veía distinto. Todos los campos tenían sembríos y en la parte alta crecían plantas silvestres”, cuenta Manuela Sisa, presidenta de la comunidad.
Pero el abandono de los campos, la sequía, los vientos fuertes y las malas prácticas agrícolas causaron la erosión del suelo. Debido a la mala calidad de la tierra, la agricultura se redujo y la mayoría de habitantes, al menos unas 70 familias, migraron a otros países.
“Los surcos verticales y la falta de canales de desfogue hacen que el agua lluvia se acumule y arrastre la capa fértil del suelo. Además, las tierras estuvieron descuidadas por más de tres décadas”, explica Julio Logroño, técnico de la Dirección de Gestión Ambiental del Gobierno Provincial de Chimborazo.
Esa entidad cuenta con un plan para recuperar los suelos. La técnica que aplican en los suelos erosionados consiste en remover con maquinaria pesada una capa de al menos 80 centímetros de suelo.
Luego, se cavan zanjas de infiltración para recuperar la humedad, canales de desfogue para captar el exceso de agua y se construyen pequeños tanques reservorios en las partes bajas de los terrenos para almacenar el agua.
“El objetivo es devolverle la vida a la tierra para que la gente nuevamente pueda cultivarla. El agua de los reservorios luego puede utilizarse para los animales”, dice Logroño.
Es cercana a la laguna de Colta. Los canales de desfogue de agua se conectan a quebradas.
Las zanjas de desfogue son una técnica ancestral que se recuperó. Su función es distribuir y optimizar el agua, que es escasa en esa zona.
La recuperación de los suelos les toma a los técnicos que trabajan en el proyecto cerca de tres años. Después de la ruptura de la cangahua (una capa dura y rocosa del subsuelo), en los terrenos se siembra lenteja vicia, una leguminosa que aporta nitrógeno al suelo, y no requiere de grandes cantidades de agua.
En una siguiente fase del proyecto, en los bordes de los terrenos se siembran plantas nativas como quishuares y alisos, que actúan como cortinas rompevientos. Las plantas también generan un microclima que retiene la humedad.
“Es una forma eficaz de contrarrestar la erosión eólica. Por cada metro de altura de la cortina vegetal, el viento se eleva 10 metros”, afirma Logroño.
La técnica ambiental se aplica en la provincia desde el 2014 y ya ha generado resultados en comunidades de Colta, Guamote y Riobamba. En los tres cantones se recuperaron 126 hectáreas de terrenos erosionados que pertenecían a unas 400 familias.
Se plantan en los linderos de los terrenos para prevenir la erosión que causa el viento.
El objetivo es remediar al menos 5 000 hectáreas de suelos improductivos. Colta y Guamote son los cantones más afectados por la erosión.
“Soñamos con iniciar un proyecto ganadero y tener pastos para alimentar a los animales. A eso nos dedicaremos cuando los suelos vuelvan a ser fértiles”, dice Gabriel Gamarra, vicepresidenre de la junta parroquial de Santiago de Quito.
Un proyecto adicional para recuperar los suelos consiste en reforestar con eucaliptos y plantas nativas los sitios con pendientes pronunciadas, donde la máquina no puede ingresar, y así contribuir al ecosistema.