En la zona suroeste de Peripa se conservan 20 hectáreas de bosque. Foto: El Comercio
Los bosques maduros absorben menos dióxido de carbono (CO2) del que se preveía por lo que es necesario redoblar esfuerzos para reducir las emisiones a la atmósfera, según un estudio internacional en el que ha participado la ecofisióloga española Teresa Gimeno, del Basque Centre for Climate Change (BC3).
La investigación internacional se realizó en un bosque centenario de eucaliptos ubicado en el oeste de Sídney (Australia), en un estudio encabezado por la Universidad australiana Western Sydney y publicado por la revista Nature.
Es la primera investigación que cuantifica de forma detallada las consecuencias del aumento de la concentración de CO2 en un bosque maduro -no una plantación-, tomando en cuenta la cantidad de carbono almacenado e intercambiado entre la atmósfera y los compartimentos de ese ecosistema (hojas, hojarasca, madera, materia orgánica del suelo, microorganismos, insectos, entre otros).
Gimeno explicó a EFE que “las conclusiones de esta investigación están limitadas a bosques que compartan características con este estudio en concreto”.
Sin embargo, se puede aplicar a los bosques “que tienen vegetación relativamente perenne, limitados por la disponibilidad de agua y la de nutrientes, como son las dehesas con encinas en España, que comparten bastantes características con determinados tipos de eucaliptos en su rango nativo de distribución“.
Gimeno realizó la medición de las tasas de fotosíntesis en las hojas de árboles expuestos tanto a una concentración de CO2 ambiente como elevada, es decir, un tercio superior a la actual, que es aproximadamente la que en 2050 se experimentará en la Tierra.
Estos datos, “clave en la investigación”, demostraron que la tasa de fotosíntesis aumenta a nivel de hoja, pero esto no supuso un aumento de la biomasa (carbono) acumulada por el ecosistema“, según Gimeno.
Las conclusiones demuestran que la capacidad de absorción de carbono por los bosques maduros “no se incrementa” con el aumento de CO2 en la atmósfera.
Según la investigadora del BC3, “no podemos confiar tanto como pensábamos originalmente en que los bosques sean capaces de mitigar nuestras emisiones de CO2 y el calentamiento global que conlleva”.
Por ello, es necesario incrementar la reducción de emisiones de CO2, “de lo contrario se sobrepasará el aumento de 2 grados” recomendado en el Acuerdo de París para final de siglo.
El CO2 es el principal gas de efecto invernadero, pero también un “alimento clave” para la fotosíntesis de las plantas y con su aumento constante en la atmósfera, “existe una amplia evidencia de que la fotosíntesis de las plantas está aumentando”.
Experimentaciones con árboles individuales y bosques jóvenes de rápido crecimiento han demostrado que estos ejemplares expuestos a altas concentraciones de CO2 usan esos porcentajes obtenidos a través de la fotosíntesis para “crecer más rápido”.
Sin embargo, estudiosos se han cuestionado si los bosques nativos maduros aprovechan la fotosíntesis adicional cuando el crecimiento de los árboles está limitado por otros factores como la disponibilidad de agua y nutrientes del suelo.
Esta investigación ha demostrado que “la fotosíntesis se incrementó un 12% con un CO2 enriquecido”, pero los árboles no crecieron más rápido, ni tampoco produjeron más hojas”.
Los árboles “convierten el carbono absorbido en azúcares”, pero no pueden utilizarlos para crecer más ante la ausencia de nutrientes adicionales del suelo, según la profesora de la Universidad Western Sydney, Belinda Medlyn.
En opinión de Medlyn, los árboles envían los azúcares bajo tierra donde “alimentan a los microbios del suelo”.
Gimeno señala que estos resultados no deben llevar a la conclusión de que los bosques maduros “no sirven” para mitigar el cambio climático.
Los bosques, y más aún los maduros, “son los principales almacenes de carbono en la tierra”, por ello, “su preservación es clave para evitar que el problema del cambio climático se agrave más aún”, concluye.