Alfredo Toaquiza pinta y atiende a los visitantes en su taller ubicado en Tigua. Foto: David Landeta / El Comercio
Relatar la cosmovisión de los pueblos andinos de Cotopaxi es lo que Alfredo Toaquiza realiza en sus cuadros. En estos, él también repasa las actividades agrarias, leyendas, el colorido de sus fiestas patrimoniales y los fuertes vínculos con la naturaleza.
Sus obras representan a la pintura de Tigua, una comunidad localizada sobre el lomo de la cordillera, cerca de la agreste topografía de Zumbahua. Allí, los indígenas aprendieron a plasmar, a través de pinturas acrílicas sobre cuero de borregos, sus vivencias, leyendas y sueños.
Toaquiza aprendió el oficio de su padre, Julio, y desde los 8 años de edad se dedicó a plasmar la cotidianidad de la vida en el páramo. Empezó pintando casas, llamas y la labor del pastoreo. Mientras fue creciendo, fue graficando las costumbres y tradiciones de su pueblo, como también las historias de dolor detrás del régimen de hacienda que dominaba en aquella época.
“Nuestra cultura es viva. Tiene relación con las montañas, las nubes, la lluvia, la cascada, la tierra y el espacio. Ese conjunto de vivencias hace que la pintura Tigua sea apreciada en el mundo”, comenta mientras pinta en su taller, en donde recibe a los visitantes que se dirigen hacia el Quilotoa.
Sus creaciones han sido expuestas en la sede de la Organización de los Estados Americanos (OEA) en Washington (EE.UU.), en la sede de la Unesco en París (Francia), en Potsdam (Alemania), en Santiago de Chile y en ciudades estadounidenses como San Francisco, San Diego, Nueva York, entre otras.
Recientemente expuso en el Museo de Antropología de Madrid (España). Allí sus obras permanecieron por tres meses por pedido del Ministerio de Relaciones Exteriores y de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, debido al auge de visitantes a la muestra.
En sus cuadros habla del Cerro Sagrado de Amina, que para los nativos tiene la forma de un gorila gigante. Y entre las leyendas que relata, hay una contada por un chamán de la región, quien observó en las montañas cercanas a un ‘supay’ -una especie de diablo de gran tamaño- que cargaba una funda de monedas.
A todas las exposiciones internacionales, Toaquiza lleva las tradicionales máscaras de Tigua, aunque reconoce que hay una que es especial y que lo ha acompañado durante 20 años. “La máscara del supay que tengo ha recorrido el mundo con mis exposiciones, pero esa no está a la venta”, señala enfáticamente.
Según la cultura de Tigua, cuando el supay está en casa es de buena suerte y protección. Pero si el personaje está en una montaña, una cascada o un puente, eso evoca peligro. En la cultura popular se cree que al cruzar por allí, la persona que lo ve puede accidentarse y hasta morir.