La alfarería ancestral perdura en el cantón Samborondón

En los exteriores del taller Alfarería Vargas, ubicado entre las calles 31 de Octubre y Rocafuerte de Samborondón, se exponen las vasijas de barro al sol para que se sequen. Foto: Mario Faustos/EL COMERCIO

En los exteriores del taller Alfarería Vargas, ubicado entre las calles 31 de Octubre y Rocafuerte de Samborondón, se exponen las vasijas de barro al sol para que se sequen. Foto: Mario Faustos/EL COMERCIO

La ancestral tradición alfarera de Samborondón sobrevive de la mano de la familia Vargas. En este cantón, ubicado a 35 km de Guayaquil, funcionan los talleres de los hermanos Walter y Fernando, quienes aprendieron a moldear el barro de su padre, José Vargas.

La actividad es una costumbre familiar. “Mi abuelo le enseñó a mi padre, quien era cuencano, y este me enseñó a mí y a mis hermanos”, cuenta Walter. Los otros dos hermanos que realizan esta labor viven en otros lugares. Néstor, en Yaguachi y José, en Venezuela.

En Samborondón funcionan otros talleres más. Edison Vera y Carlos Vaca, sus propietarios, aprendieron el oficio de los hermanos Vargas. “La tradición no se ha perdido gracias a ellos”, dice Javier Bajaña, promotor social del Municipio.

Según el libro ‘Samborondón: ayer y hoy’, de Carlos López, las labores de alfarería samborendeña se derivan de las primeras actividades de cerámica en el país. Relata que hasta hace 50 años, desde este lugar “se aprovisionó de objetos de barro a todos los pueblos de la cuenca del Guayas”.

El proceso de elaboración de los objetos no es fácil. Todo se inicia con la elección del barro, que es sacado de un “terreno virgen”, para luego transportarlo en sacos hasta un taller.

Allí, el lodo es desmenuzado y remojado para luego apisonarlo y amasarlo. Después se vuelve a remojar, se añade arena y queda listo para trabajarlo.

El taller de Walter, como el de otros alfareros, es un local sencillo, con paredes de ladrillo. Tiene cuatro tornos, dos con motores para trabajos pequeños y los otros a pedal, con los que elabora ollas grandes. Con él trabajan dos ayudantes.

El martes 7 de marzo de 2017, sobre uno de los tornos a motor, el artesano colocaba las primeras bolas de fango. Con sus manos daba forma cilíndrica al barro y creaba unas vasijas pequeñas.

Son 700 vasijas que Walter pretendía elaborar ese día como parte de un pedido de más de 5 000 objetos para arreglos florales. “Atrás quedaron las épocas en que nos contrataban para hacer más ollas de barro, ahora nos piden hacer estos utensilios desde el Mercado de Flores de Guayaquil”.

Josefa Torres, una moradora del lugar, contó que la tradición de cocinar en ollas de barro se está perdiendo. Dijo que ella prefiere utilizar estas vasijas para preparar una cazuela o un viche de pescado.

En los exteriores del taller de Walter se podían observar, el martes, las obras expuestas al sol durante 24 horas. Después, estas regresan al torno para retirar el exceso de barro.

El ‘sellado’ se realiza con una mezcla de tierra colorada para otorgarle el color rojizo. Finalmente, el objeto es ingresado a un horno de leña donde se cuece durante dos horas.

Para Walter, la parte más difícil en la elaboración es “poder moldear el barro. No todos lo pueden hacer”. Dice que son pocos quienes lo logran dominar y esto pone en peligro la tradición. Poreste motivo espera poder enseñar a sus nietos para no perder la tradición.

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