El sitio se encuentra a pocos kilómetros de las líneas de Nazca, pero carece de infraestructura para atraer al turismo. La prioridad de los arqueólogos es continuar las excavaciones. Foto: Agencia EL UNIVERSAL/Abida Ventura
Desde que se instaló en esta población desértica hacia 1946, la matemática alemana Maria Reiche se convirtió en la principal estudiosa y defensora de las misteriosas líneas de Nazca.
Para descifrar esas misteriosas huellas plasmadas sobre el desierto no le importó vivir hasta su muerte en una precaria cabaña al borde del desierto —ahora convertida en museo—, como tampoco le dolió pagar de su bolsillo el sueldo de un vigilante para evitar la destrucción de las líneas hasta que, en 1995, unos tres años antes de su muerte, la UNESCO reconoció el sitio como Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Algo parecido sucede a unos kilómetros de las pampas de Nazca, de donde sobre salen los famosos glifos trazados en el suelo.
Desde hace unos 30 años, el arqueólogo italiano Giuseppe Orefici ha centrado su atención en el rescate y protección de un importante sitio arqueológico: Cahuachi, la ciudad prehispánica de adobe más grande del mundo.
Edificada a mitad del desierto, sobre una superficie de 24 kilómetros cuadrados —de los que apenas se conoce 1%—, la ciudad funcionó como un gran centro de peregrinaje. “Era el Vaticano prehispánico”, afirma Orefici, cuyo equipo de trabajo, conformado en su mayoría por investigadores extranjeros, no sólo enfrenta los embates del tiempo, sino la falta de recursos para continuar con las excavaciones y salvaguardar el sitio de los huaqueros (saqueadores de tumbas).
El único guardián del sitio es un habitante de la zona, quien por más de 30 años ha recibido un sueldo pagado por el propio arqueólogo. Una medida insuficiente para un sitio de grandes extensiones, de fácil acceso y en el que los restos de cerámica abundan sobre la superficie del terreno. “¿Este pedazo de cerámica es original? ¿Qué significa?”, preguntó al arqueólogo un estudiante colombiano de la expedición Ruta BBVA, que la semana pasada recorrió este sitio.
Aquel joven, quizá no el único, no resistió la tentación de recoger un trozo de cerámica que es posible ver a simple vista en la zona. Lo que no se ve y pasa desapercibido para todos es el pequeño letrero de lámina, roto, que recibe a los visitantes en la entrada del sitio y en el que se alcanza a leer: “Prohibido recolectar cerámica en el camino”.
“Los saqueos siguen, cuando estamos aquí no vienen, pero van del otro lado del río y se llevan cosas que van a dar al extranjero”, advierte Orefici, quien cuenta que desde 1982 comenzó a trabajar en esta ciudad. Para él, uno de los principales retos ha sido conseguir los recursos económicos para las investigaciones.
Una mínima parte del dinero lo aporta el Ministerio de Asuntos Exteriores de Italia, desde hace unos años comenzó a colaborar una fundación suiza, y desde hace dos años también lo hace la municipalidad de Nazca, pero esto sólo garantiza la continuación de los trabajos hasta el próximo año.
“En 2015 terminará esta fase de investigaciones y puesta en valor de Cahuachi. En caso de que hayan fondos se podrá seguir trabajando en la zona A, completando la investigación de los templos que se encuentran cerca de la Gran Pirámide. Pero todo depende del financiamiento que reciba el proyecto”, dice el investigador.
Por ahora, comenta, el recién creado Ministerio de Cultura de Perú sólo se limita a otorgar los permisos de excavación y a supervisar que los materiales hallados en el sitio permanezcan en el país.
Orefici está convencido del potencial turístico de esa ciudad prehispánica, ubicada a unos 600 kilómetros al sur de Lima, pero antes de eso, advierte, se necesita de una infraestructura adecuada: “Primero necesitamos pensar en la infraestructura, después en el turismo, no al revés, sino se destruye el monumento”.
Además de las señalizaciones, rampas de acceso y personal de seguridad, esta ciudad que por años permaneció sepultada bajo el lodo que acarreó dos aluviones que afectaron la zona, requiere de mantenimiento constante. Orefici explica que la deforestación que se ha producido en el valle donde se ubica permite mayor acumulación de arena sobre las estructuras de adobe, por lo que cada año se hace una limpieza sobre los muros.
“Esos problemas también afectan la puesta en valor del sitio”, dice.
-La Meca nazca
Apasionado por la tecnología, expresiones artísticas y espiritualidad que desarrollaron los nazcas, Orefici no duda en afirmar que Cahuachi fue el centro de peregrinaje más importante de esa zona. “En una ceremonia probablemente eran miles de personas que accedían a Cahuachi. La gente venía desde lejos para hacer sus ofrendas y para poder decir: ‘he ido a Cahuachi en la vida’, como la gente que ahora va a la Meca o a la Plaza de San Pedro, en Roma… Josué Lancho, mi ayudante, le llama “El Vaticano prehispánico”, porque era donde las personas venían a hacer su peregrinación.
La importancia histórica de ese sitio, que comenzó a edificarse desde 450 a.C. y funcionó hasta 450 d.C., lo demuestran las ofrendas que los arqueólogos han recuperado en las excavaciones, algunas de ellas procedentes de territorios lejanos a Nazca, como la Amazonia y los Andes. Cahuachi, explica el arqueólogo, también guarda estrecha relación con las líneas de Nazca, ya que cuando en el centro ceremonial no había cabida para los peregrinos, se dirigían hacia el desierto.
“Hay huellas de los lugares por donde pasaban para llegar a los glifos”, dice.
-El otro legado
Orefici llegó a Nazca en 1982 con el objetivo de explorar Cahuachi. Tres décadas después, apenas ha logrado estudiar un pequeño porcentaje de esa gran ciudad, pero no deja de sorprenderse por el conocimiento que desarrollaron los nazcas, en un ambiente inhóspito, en la costa sur de Perú.
Por eso, en el centro de Nazca ha edificado otro monumento dedicado a esa cultura precolombina: el Museo Didáctico Antonini, que alberga una importante colección de objetos que han sido recuperados en Cahuachi y en otros yacimientos del Valle del Río Nazca.
El edificio también alberga el Centro de Estudios Arqueológicos Precolombinos, donde investigadores de diversas universidades extranjeras acuden para estudiar los materiales recuperados o para apoyar en las excavaciones en Cahuachi. Ahí, cada año, bajo el sol agotador del desierto, durante tres o nueve meses, Orefici lidera a un grupo de arqueólogos, arquitectos, biólogos y antropólogos físicos que trabajan en jornadas de 10 horas, hasta por seis días a la semana.
Además, para reconstruir algunos muros, los trabajadores traen la arena y el agua desde un sitio ubicado a unos 30 kilómetros de distancia. Un auténtico peregrinaje para levantar de las ruinas dicho centro ceremonial.