Miguel Reinoso y Manuel Mendoza trabajan desde varias décadas en la capital. Ambos tiene más de 70 años. Foto: Santiago Sarango/EL COMERCIO
Sus lugares tradicionales los impulsan al diálogo. Sentados en las sillas de plazas y casas o caminando mientras rememoran sus experiencias, los adultos mayores acompañan con su palabra la vida de sus seres queridos y amigos.
Son una población que sobrepasa el millón de habitantes en el Ecuador y cada día se muestran con mayor presencia en la sociedad. Una muestra de ello son las actividades enfocadas en reactivar sus días con tareas artísticas o emprendimientos como lo hace el programa 60 y Piquito, que cuenta con 20 000 beneficiarios en 306 centros de atención desplegados en el Distrito Metropolitano, según el alcalde de Quito Mauricio Rodas.
Pero también su presencia se puede desarrollar “como la naturaleza de la vida manda”, es decir, trabajando, en palabras de Manuel Mendoza, de 73 años. El hombre oriundo de Riobamba lleva más de 46 años recorriendo las calles de ‘La Carita de Dios’ con su carrito de ponche.
Manuel Mendoza vende ponches en las calles del Centro Histórico de Quito, alrededor de 46 años. Foto: Santiago Sarango/EL COMERCIO
Mientras transita las calles del Centro Histórico, Mendoza resalta que la sociedad, y principalmente las autoridades, han valorizado el aporte de las personas de la tercera edad. Con sus credenciales en mano, él da cuenta que trabaja con tranquilidad, sin el temor de incumplir alguna norma.
A nivel nacional, según datos del Instituto de Estadística y Censos del Ecuador (INEC), el 42% de los adultos mayores no trabaja. Las principales causas para dejar de pertenecer al grupo económicamente activo están relacionadas con problemas de salud, jubilación y porque su familia no desea que trabajen.
En el caso de Mendoza, el realizar el trabajo de ponchero no sólo le significa su actividad laboral de sustento, sino también mantener el legado de uno de los personajes tradicionales de Quito. Con su traje blanco y una gorra del mismo color con visera negra, el hombre recuerda que cuando llegó a la capital, sin precisar la fecha exacta, la situación comercial en las calles era un caos.
Los puestos de venta mostraban una ciudad llena de desorden y que impedía circular con tranquilidad. Hoy en día, ese escenario es diferente y Mendoza fue parte de la transformación. “Ahora podemos transitar por la calles sin incomodar. La gente se acerca y se sirve el dulce sin problema. La imagen que tenemos en la actualidad nos permite estar orgullosos de lo que hacemos”, agrega.
Miguel Reinoso es un peluquero que trabaja en la famosa peluquería Amazonas, ubicada en los bajos del palacio de Carondelet. Foto: Santiago Sarango/EL COMERCIO
Orgullo que también se encuentra en otra actividad tradicional de la capital: la peluquería. Una de ellas funciona en los bajos del Palacio de Carondelet desde 1962 y la mayoría de su personal lleva años trabajando en el lugar. Ese es el caso de Miguel Ángel Reinoso, de 72 años, quien lleva más de cuatro décadas laborando en la famosa peluquería Amazonas.
Al igual que Mendoza, su actividad conlleva gran usanza en la memoria de la capital. Por sus manos han pasado varios personajes de la política nacional e internacional, como embajadores, presidentes, artistas, etc. Pero también personas naturales que ven en el lugar un espacio incrustado en el tiempo. Por su edad se le hace un poco difícil mencionar los nombres de todos sus clientes.
Para Reinoso, la capital permite detenerse en el tiempo para todo el que la visita. Pues cree que la ciudad se ha convertido en un espacio de inspiración y arte, pero, sobre todo, de memoria viva.
Memoria que permite, por ejemplo, realizar creaciones musicales que difunden el pasado y presente del Ecuador. Ese también es el caso de Reinoso, quien desde sus años juveniles ha desarrollado una habilidad por la composición musical que le sirve para rememorar las gestas heroicas del país y la belleza de su gente.
Es por ello que el artesano resalta la impronta del buen trato de los ciudadanos con sus mayores. Cree que si no existieran relaciones cordiales y de respeto para las personas de la tercera edad, esa memoria de lo que fue Quito se difuminaría en el tiempo.
No por nada, dice, lugares como peluquería Amazonas siguen en pie, pues, de cualquier forma, terminan siendo otra muestra del valor, tesón y experiencia de los hombres que llevan años viviendo en la ciudad.
Es esa presencia, que resulta una suerte de compañía, la que hace que las vidas de los adultos mayores sean atesoradas cada día más. Según el INEC, la satisfacción en la vida de las personas de la tercera edad aumenta considerablemente cuando viven acompañados de alguien, la cifra de esa realidad llega al 83%, frente a los que viven solos que alcanzan el 73%.
Con mayor sentido, tomarse un ponche y cruzar palabras con la persona que lo expende o acudir a acicalarse en un lugar tradicional de la capital terminan siendo más rasgos de un país que tiene en los ojos y memoria de sus mayores el legado de generaciones y generaciones.