Adelaida Jaramillo: ‘Hay que desacralizar la meritocracia’

Adelaida Jaramillo participó en la tercera edición de la Feria Internacional del Libro de Guayaquil. En siete años ha creado cinco clubes de lectura en Guayaquil y Samborondón. Foto: Joffre Flores/ EL COMERCIO

Adelaida Jaramillo participó en la tercera edición de la Feria Internacional del Libro de Guayaquil. En siete años ha creado cinco clubes de lectura en Guayaquil y Samborondón. Foto: Joffre Flores/ EL COMERCIO

Adelaida Jaramillo participó en la tercera edición de la Feria Internacional del Libro de Guayaquil. En siete años ha creado cinco clubes de lectura en Guayaquil y Samborondón. Foto: Joffre Flores/ EL COMERCIO

Hace dos semanas, durante la tercera edición de la Feria Internacional del Libro de Guayaquil, Adelaida Jaramillo, directora de Palabra Lab, uno de los espacios de promoción lectora más importantes de la ciudad, compartió un coloquio junto a los escritores Francisco Santana y Carlos Arcos Cabrera sobre la desacralización en la literatura. Minutos después, sentada en uno de los salones del segundo piso del Centro de Convenciones de Guayaquil, Jaramillo conversó, con este Diario, sobre el mundo de lo sagrado, de lo profano y sobre los problemas de la desacralización en el mundo contemporáneo.

¿Por qué se tiene tanta reticencia a la desacralización, en la actualidad?
Lo sagrado es un concepto que siempre está vinculado a lo intocable. Me parece peligroso que se coloque a cualquier persona o cosa en un pedestal porque eso impide que se lo pueda cuestionar. Sea quien sea el que haya puesto algo en ese pedestal está invitándote a que le tengas respeto y a que piensas que si no es perfecto es lo más cercano a la perfección y creo que esa no es la misión en la vida de ningún ser humano. Nosotros tenemos que cuestionarnos todo.

¿Qué fue lo primero que desacralizó en su vida?

No fue lo primero que desacralice en mi vida pero hace siete años, cuando era estudiante de literatura, se me ocurrió emprender un espacio cultural dedicado a promover la lectura. Creo que todavía sigo recibiendo críticas por haberme metido en un mundo que era intocable. Desde entonces soy promotora de lectura y en mi casa acepto a gente que lee a Paulo Coelho y a la que lee a Umberto Eco.

¿Por qué incursionar en la promoción lectora fue un acto desacralizador?
Porque se pensaba que una persona sin un título académico en literatura no podía opinar sobre libros. Combiné la gestión cultural y el marketing y eso es algo que no fue bien visto en el mundo literario local. A los que estudian literatura nadie les da clases de marketing, ni ventas y creo que esas son herramientas que todos los promotores de lectura deberíamos tener.

¿Qué sensaciones le produjeron la desacralización de este espacio?
Tuve sentimientos contradictorios. Por un lado escuchaba a la gente que se volvía a conectar con los libros y que se asombra cuando le presenta nuevos autores y por otro lado escuchaba a la gente que decía ella no debería estar haciendo esto. En ese momento me sirvió mantenerme al margen de la gente que me elogiaba y la me que criticaba.

¿Qué hay que desacralizar dentro de la sociedad ecuatoriana?
Cualquier cosa que esté alrededor de la academia. Que alguien tenga un doctorado no significa que tenga la experiencia para realizar una determinada función. Eso es algo que nos ha enviciado en los últimos años. Se ha exigido un nivel académico que no representa lo que en realidad es el humano despojado de esos títulos académicos. Es necesario que en el país se desacralice la meritocracia.

¿Hay algo que le gustaría que nunca pierda su carácter sagrado?
Soy agnóstica, pero lo más cercano a lo sagrado para mí es el entorno familiar. Pero incluso creo que el entorno familiar debe ser cuestionado. Hay que hacer los cambios que se crea que son necesarios.

Entonces el problema está en quién decide qué es o no sagrado.
Ese es el punto que más preocupa. Quién es esta persona azarosa que dice que es sagrado y que cierra la discusión en torno a un tema. Por ahí va mi pelea con la religión. Sin dejar de pensar Dios no creo que haya una voz que lo represente y que no sea cuestionable. En el caso de la literatura mi pelea es con la crítica burguesa que es la que reseña y que pone un autor en una bibliografía. El año pasado la Academia Sueca nos dio una gran lección desacralizadora al nombrar a Bob Dylan como premio Nobel.

¿Desacralizar es una forma de abrir nuevos caminos en la vida?

La duda es necesaria en la vida de todas las personas. Todos en algún momento tenemos que cuestionarnos y no dar por cierto las cosas que vemos, escuchamos y que hacemos. Lo último que necesitamos en el mundo es silencio y aceptación sin ningún tipo de cuestionamientos.

¿Las redes sociales son un espacio de desacralización de la vida cotidiana?
Creo que sí. Como dijo el escritor ecuatoriano Carlos Arcos estamos en tiempos donde se está leyendo y escribiendo históricamente más que en cientos de años. Una muletilla que todo el mundo dice es que una imagen vale más que mil palabras, pero si a una imagen le cambiamos cinco veces los textos va a decir otra cosa diferente. Pienso que el texto es importante y ahora los estamos leyendo en facebook y en enlaces que nos llevan a blogs. Esa también es una forma de desacralizar nuestras vidas.

¿Hay algo que le gustaría profanar?
Creo que, de manera discreta, Palabra Lab es un ente de profanación porque siento que no tengo compromisos con nadie y que tengo la libertad de opinar sobre textos que me gustan y otros que no. Este momento entre Guayaquil y Samborondón tenemos cinco clubes de lectura y estamos pensando en abrir uno nuevo. Este trabajo es un ejercicio de profanación constante porque llegamos al lector común, a ese que está relegado de la crítica. Nosotros le damos espacio para que comparta su criterio respecto a una lectura.

¿Cree que el juego puede ser una herramienta para la desacralización?
En Palabra Lab, hace dos años hicimos un juego en redes sociales que se llamaba Nueva Palabra en el que alrededor de cinco mil personas crearon nuevas palabras. Invitamos a la gente a pensar en nuevas palabras que no estuvieran en el diccionario. La experiencia fue enriquecedora porque hubo gente que desde la etimología creó nuevas palabras, otros pegaron una palabra con contra y otras se la inventaron de cero. Este juego sirvió para que nos demos cuenta de lo importante que son las palabras y de la fuerza que tienen y para que la gente sienta que tiene la autoridad de escribir. Creo que tenemos que jugar más con el lenguaje y con la literatura.

¿Cree que existen cosas sagradas porque somos una sociedad poco autocrítica?
Pienso que estamos plagados de dogmas. Nos han dicho que hay cosas que no son cuestionables y que debemos aceptarlas como tal. Hemos pasado siglos aceptando cosas que se han vuelto inamovibles y que si las cuestionamos pasamos a ser personajes no gratos, incómodos. La literatura está hecha para cuestionar.

¿Por qué es importante desacralizar la literatura?

Es importante desacralizar la literatura porque si no siempre vamos a necesitar de una figura de poder como la del editor o de alguien que tenga dinero para impulsar el trabajo de un autor principiante para que se lean textos que son valiosos. El escritor estadounidense Paul Auster armó una antología con textos de gente que no había escrito nunca y que se dio cuenta que merecía la pena que sean publicados. Creo que la crítica aparta al lector de los libros y que es momento de que los lectores tengan un lugar privilegiado dentro de la literatura.

¿En la sociedad guayaquileña esos cuestionamientos en qué ámbitos deberían enfocarse?
En Guayaquil hay que desacralizar los espacios públicos, porque hubo un momento en la administración municipal en la que se logró que la gente se sintiera limitada respecto a las cosas que podía o no hacer en los espacios públicos. No sé si actualmente exista aún la prohibición de tomar fotos, o de besarte con tu novio en un parque. Si la gente no puede disfrutar de esos espacios hay que preguntarse ¿adónde sale en sus tiempos de ocio?

Adelaida Jaramillo

Trabajó en marketing y publicidad. Es licenciada en Comunicación Social con mención en Literatura por la Universidad Católica Santiago de Guayaquil. Es la directora de Palabra Lab y de Ciudad Mínima, un festival de micronarrativa. Actualmente es una de las promotoras de lectura más importantes de Guayaquil. Fue una de las invitadas locales de la tercera edición de la Feria Internacional del Libro de Guayaquil, que se realizó hace dos semanas en el Centro de Convenciones.

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