Manifestantes visten chalecos amarillos en una protesta en Lyon, el 17 de
diciembre, contra el plan gubernamental de pensiones. Foto: AFP
La democracia es el discurso de los derrotados. En la antigua Grecia, Pericles pronunció una oración fúnebre en las exequias de las víctimas del primer año de la guerra contra Esparta, en la cual Atenas sería finalmente derrotada.
En ese discurso, Pericles condensa el espíritu de la democracia ateniense: la administración de la cosa pública a favor de la mayoría y no de unos pocos. Si se le cree a Tucídides, quien recopiló el discurso de Pericles, los ciudadanos consideraban ingrato presenciar el enojo de los otros. En las democracias actuales, las masas recurren a la violencia, que en muchos casos ha sido legitimada.
Los ciudadanos contemporáneos tienen una actitud ambigua respecto de los políticos. Por un lado los consideran como una banda de mafiosos y, por otro, no quieren contacto con lo público por escrúpulo. Y los ciudadanos dejan la violencia pasiva para convertirla en violencia real y un mar de emociones arrasa ciudades, medios de transporte, producción, playas y vidas humanas.
El jurista alemán Carl Schmitt, ideólogo jurídico del nacionalsocialismo, decía que la crisis de la democracia liberal es espiritual. Inspirado en Montesquieu, sostenía que cada régimen tiene un espíritu. El del liberalismo yace en el mercado y el parlamento, es decir, el dinero y la charla. Para Schmitt, el liberalismo crea un Estado en el que el ciudadano se defiende de los demás -y del propio Estado- a través de unas instituciones como el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. En el Parlamento se resuelven las disputas sobre la administración de la cosa pública.
Confinan la discusión política a un edificio solemne, donde se discuten libremente las ideas, pues del intercambio surge la verdad y se hacen los acuerdos. Este espíritu es contradictorio con la aparición de los grandes partidos políticos, que actúan como máquinas de guerra en medio de una política de grandes concentraciones.
La discusión no se lleva ya en lugares cerrados sino en la plaza pública; la voz ya no es la de los parlamentarios sino la voz del pueblo y las decisiones se toman con el único objeto de defender al pueblo de sus enemigos.
Esta idea, la de amigo y enemigo, fue fundamental para que Schmitt desarrollara una reflexión hacia el espíritu del Estado Total -no totalitario-, que se convierte en una suerte de protector del pueblo, a diferencia del Estado liberal, que protege al individuo.
La crisis democrática actual parece también referirse a una crisis espiritual. Igual que la monarquía con la línea sucesoria; el liberalismo con el mercado y el Parlamento, y el Estado Total con el tema de amigo y enemigo, la crisis espiritual del estado contemporáneo parece tener que ver, como en la época de Schmitt, con el concepto de lo político, por lo que parecería que más que crisis de la democracia, atravesamos una crisis espiritual de lo político.
El sistema de toma de decisiones de la democracia liberal se hace a través de la representación. Benjamín Constant, diputado en la primera legislatura tras el triunfo de la Revolución Francesa, escribió en 1819 que esta se fundamenta en la libertad de los modernos, en el que se elige, cada cierto periodo, a los representantes como expresión de su voluntad y que deben actuar dentro de una normativa a la que llamamos Constitución.
Las razones del declive de la democracia representativa son de dos tipos, unas procedimentales y otras sustanciales. Schmitt sugería aprovechar sus herramientas, como la libertad de expresión y la protección de minorías, para debilitarla, algo que también han sostenido los partidos comunistas y populistas.
En la actualidad, esta democracia se ve enfrentada a otro aspecto devastador. Francis Fukuyama recurrió al concepto de Identidad, título de su libro del 2017, para afirmar que tribus identitarias van sustituyendo los conceptos de nación, clase, religión, género, etc. Esta suerte de guetos excluye a quienes no comparten esta identidad en la que tienden a atrincherarse.
Estos grupos son los nuevos actores de la política y con ellos el espíritu del Estado Total no entra en crisis sino que se multiplica conforme el número de tribus identitarias, fraccionando el cuerpo político en innumerables voluntades.
En esta crisis de difícil lectura, Habermas habla de la ‘inabarcabilidad’ de la democracia actual, que implica que somos tantos y las materias tan complejas, que ningún ser humano puede comprender todos los temas de forma cabal, lo que tiene que ver con la ‘fraccionabilidad’ de la experiencia social y la invisibilidad de los actores.
Fukuyama introduce el término ‘iliberal’ para definir al régimen que, si bien cumple con las reglas formales de la democracia representativa, toma como eje valores no liberales.
Definidos de forma breve, los valores liberales fundamentales son la libertad de expresión y la autonomía de la voluntad. Las democracias ‘iliberales’ se fundamentan en la mayoría contra el individuo.
Pierre Rosanvallon, teórico francés de la ‘contrademocracia’, pide la institucionalización del “poder negativo”, a la manera de un tribuno del pueblo en la época romana, con el fin de canalizar la furia popular.
En la crisis de la democracia liberal se conjugan amenazas que llegan desde la ciencia, la tecnología y la psicología de guerra que han puesto en duda su columna vertebral: la autonomía de la voluntad, que ha estallado con el escándalo Cambridge Analytica y la negativa de Facebook a limitar la publicidad política.
Fukuyama, en otra época paladín del liberalismo y pesadilla de las izquierdas, termina reconociendo que Marx tenía razón en dos temas: la concentración indebida del mercado en manos de unos cuantos y el uso del Estado para favorecer a estas oligarquías. Por eso, no deja de ser llamativo que tanto él como Boaventura de Sousa Santos, referente de la izquierda, hagan un llamado para que socialistas y liberales se unan en la lucha contra el verdadero enemigo: la oligarquía, que ha roto el pacto social y ha hecho inviable la democracia.
Desafortunadamente, las nociones de derecha e izquierda han resultado inútiles y hay que recurrir a otra metáfora tomada de la misma Asamblea durante la Revolución Francesa: en la llanura está la alta aristocracia francesa renuente a los cambios; en la meseta, los moderados, y en la montaña, los jacobinos. Y estos son los radicales, los que finalmente vencieron. Y los otros se convirtieron en la voz de los derrotados, que exigían un nuevo contrato social, es decir, la democracia.
*Abogado y catedrático