En el taller de vidrio soplado de la familia Jalife, en el pueblo costero de Sarafand, en el sur de Líbano, cuatro hombres parados al lado de un horno se concentran en su tarea, pese a un calor asfixiante. La tarea es ardua, pero la satisfacción de continuar con un negocio familiar y artesanal casi extinto, de ayudar a reciclar y de ganarse la vida no podría ser mayor.