El 26 de marzo de este año (hace 28 días), en un análisis sabatino de este mismo formato, abordaba el tema de la relación existente entre la geografía nacional y la sismicidad.
El mobiliario actual forma parte sustancial de la vida de la gente. Esa característica, unida al factor ergonómico (las dimensiones del cuerpo humano con relación a su entorno de trabajo) y la concepción cada vez más aséptica de las estancias son los tres determinantes del diseño actual.
Mientras más lejos se está del último terremoto, más cerca está el próximo. Esta máxima de los geólogos se vuelve axiomática para Quito y el Ecuador, cruzado por tantas fallas geológicas que el territorio más parece un mapa de navegación aérea.
Los males urbanos no son exclusivos de las grandes metrópolis, que crecen de forma desproporcionada por culpa de la migración y se desbordan por sus costados sin ningún orden. Esos desbordamientos carecen de casi todo. Y se vuelven barrios marginales.
Ecología y casa son la misma cosa. De hecho, la palabra ecología proviene del griego oikos, que quiere decir casa. La ecología concibe a la casa como un microsistema en interacción con el ecosistema más amplio llamado Gaia (la Tierra).
Los árboles son sinónimo de jardín. Y aunque existen pequeños espacios verdes que no los consideran por su tamaño, estas especies vegetales son las que caracterizan a jardines, parques, plazas, parterres, rocallas, fuentes...
Una de las preocupaciones actuales es encontrar sistemas constructivos que abaraten los costos de la vivienda. Esto es especialmente crítico en los países, ahora llamados emergentes, como el Ecuador. ¿Cómo lograr este abaratamiento? Pues buscando sistemas alternativos al tradicional de hormigón armado.
Los noticieros matinales están llenos de reportajes, todos infaustos, de personas que sufrieron algún tipo de robo o asalto en el transcurso del día. Las muertes por esa causa tampoco faltan y los sitios donde pasan los sucesos son... todos: la calle, la casa, los parques, los restaurantes, los bancos...
La percepción es que la construcción vive, sino una recesión, un estancamiento. Esta situación es preocupante pues, según datos oficiales, el sector mueve el 10% de la economía nacional.
Una noticia publicada por este Diario el domingo pasado habló de la legalización de 328 barrios en seis años, en todo el Distrito Metropolitano de Quito. Es algo positivo, pero insuficiente. Totalmente insuficiente cuando existen más de 600 000 personas viviendo en las zonas urbanomarginales y en las periferias quiteñas.
No hay discusión. La tecnología es uno de los puntales de la civilización actual. Y crece en forma exponencial.
Vivir en condominio no es tarea sencilla. Es como meter todos los pollitos en un mismo canasto, sin hacer una previa selección de convivencia o afinidad, para que no armen el despelote. Quienes habitamos en un edificio de departamentos o en un conjunto sabemos lo que representan las administraciones y su correlato mensual, las expensas. Expensas que, a veces, penden sobre nuestras cabezas como espadas de Damocles. El pago de estas alícuotas es el mayor problema que tienen los administradores, quienes tienen el carácter templado y una paciencia a prueba de inconformes extremos. Otros contratiempos recurrentes de los administradores llegan de la mano -o de la cola- de las mascotas; del mal uso de las áreas sociales; o por los excesos de algunos condóminos cuando festejan algo. Aunque muchos conjuntos nombran administrador a alguno de sus condóminos que se distinga por servir al prójimo, ante la explosión inmobiliaria que se registró en los últimos tiempos, la demanda de servicios de admi
Cambia, todo cambia, dice la letra de Julio Numhauser en la canción que hizo famosa la ‘Negra’ Mercedes Sosa. Para el sur de Quito eso parece, una vez más, una utopía.
El Metro de Medellín es tomado como un modelo de funcionalidad y, asimismo, de armonía con el quebrado entorno de esa ciudad colombiana.
Así como la tendencia sustentable gana adeptos diariamente, lo mismo sucede con lo que se conoce con el genérico inglés de ‘smart cities’.
Aunque parece una contradicción, ecológico, sostenible, sustentable o autosuficiente son calificativos de última generación que definen viejos conceptos y maneras de vivir.
Es una realidad incontrastable: el mundo camina a pasos agigantados a la urbanización; es decir, la gente abandona sus pueblos y campos para radicarse en las metrópolis. Y este fenómeno tiene mayor incidencia en las ciudades de los países ‘emergentes’.
La falta de parques, plazas, canchas y otros emprendimientos recreativos es uno de los lunares urbanos de las metrópolis actuales, especialmente en los países llamados, ufemísticamente emergentes, como el nuestro.
Una ciudad sin árboles es como una niñez sin sonrisas. Los árboles y demás plantas forman el complemento natural de los espacios construidos, muchos de ellos aburridos, sosos, feos y antifuncionales. Ponen, asimismo, color y variedad a unas urbes que, como Quito, se han dejado ganar del gris del hormigón armado. Un parterre sin árboles y flores es un desierto de cemento.
En gustos y colores no opinan los doctores, reza el refrán popular. Este adagio, en lo que respecta a la decoración actual, está desactualizado. ¿La razón? Como sucede con otros vértices de la moda, las tendencias en cuestión de colores, tonos y matices para los interiores vienen desde afuera, desde los ‘ateliers’ internacionales.