Julián Lara, experimentado andinista ambateño, desciende en rappel por una pared de roca fundida, gigante. Fotos: Glenda Giacometti/El Comercio
Un velo discontinuo de neblina deja apreciar a medias un frondoso bosque de polilepys y parte de la cumbre del volcán Casahuala, situado en el suroeste de Ambato. 10 andinistas, entre experimentados y novatos, buscan coronar su cima de 4 565 metros sobre el nivel del mar.
Es domingo. El viaje se inicia a las 07:00 desde el parque Cevallos, en el centro de la capital de Tungurahua. Tres vehículos todoterreno avanzan por la vía ecológica con dirección a la parroquia Pasa, sitio perfecto para aprovisionarse de agua, caramelos y más golosinas.
El trayecto se desvía por un camino de tierra que conduce a la represa Mula Corral. Tras una hora de recorrido el paisaje se vuelve pintoresco. Y la voz de Manuel Guayasamín, andinista experimentado, advierte la presencia de un águila. Tomando las precauciones debidas se captan las primeras fotografías del animal que descansa en el filo de una roca gigante.
El guía Julián Lara alerta que pronto se arribará al bosque de papel, ubicado en la zona de amortiguamiento del coloso y que desde ahí se emprenderá el ascenso a esta montaña.
En el recorrido se puede practicar la escalada deportiva, hacer trekking, rappel, descender en bicicleta por la vía a Ambato o acampar en su extensa alfombra compuesta de pajonales, almohadillas y plantas nativas.
Uno de los principales atractivos es escalar por sus muros de roca maciza. Los montañistas equipados con bastones para trekking, guantes térmicos, cuerdas, cascos, polainas, mosquetones y chompas rompevientos efectúan un calentamiento previo.
Los andinistas de élite se colocan en la punta y al final de la columna para motivar a los novatos. La geografía irregular del terreno obliga a una primera parada a 3 400 metros de altura. La neblina de a poco se disipa y deja observar la inmensa sábana verde esmeralda rodeada de cerros, montañas, bosques y lagunas que brillan con los escasos rayos del sol.
Mientras se aproximan, los nervios se apoderan de Johanna Miranda, de 17 años, al mirar los grandes precipicios. “Es un hermoso paisaje”, dice Johanna mientras atiende las explicaciones de Manuel, Julián Lara, Patricio Díaz y Carlos Altamirano, y comienza a escalar una pared de roca fundida. El trayecto es difícil.
Tras cuatro horas se siente satisfecha de haber escalado este volcán extinto e inicia el retorno a casa en bicicleta por esta carretera de poco tránsito.