La tragedia

Es una teoría apocalíptica. Sostiene que si nadie es dueño de los recursos comunes -como el agua, los bosques o los peces– los humanos los exterminaríamos. Se llama ‘la tragedia de los comunes’. Menos mal, esta teoría es en sí casi una tragedia, como ha demostrado el riguroso trabajo de la politóloga Elinor Ostrom, flamante ganadora del premio Nobel de Economía.

La idea de la tragedia de los comunes suena bastante verosímil. Si nadie es dueño de un recurso parecería lógico que los humanos tendamos a sobreexplotarlo. El asunto es que si uno no pesca el resto igual lo hará, con lo que dejaría menos peces para uno. Por eso, todos pescamos en exceso y el recurso se extingue.

El problema de esa historia es que, por más lógica que parezca, no se ajusta a la realidad. La propiedad común es a menudo bien manejada. El cuento de la tragedia de los comunes ignora que las sociedades se organizan  solas y crean mecanismos para que cada individuo coopere en el manejo sostenible de los recursos.

El principal perjuicio del mito de la tragedia de los comunes es que las soluciones resultan peores que la aparente enfermedad. Las alternativas para evitar la supuesta extinción de los recursos colectivos son la  privatización o la concesión de su control al Estado. Pero, como ha demostrado Ostrom, la gestión local de los recursos ha sido mucho más exitosa que la de gestores externos. El motivo es que cada sociedad va creando sus reglas elementales de forma natural, a través de asociaciones voluntarias –que van evolucionando con el tiempo–, mientras que un agente externo –como el Gobierno central–  puede crear normas que no son legítimas para la sociedad y, por tanto, las evade. No, Ostrom no se refería específicamente a la Constitución de 444 artículos y sus 30 transitorias.

Su ingente trabajo de campo ha revelado, por ejemplo, que los modestos regadíos construidos por agricultores en Nepal son mucho más eficientes que los opulentos y costosísimos sistemas de riego construidos por organismos internacionales de desarrollo.

“Hemos observado que los burócratas muchas veces no disponen de la información correcta, mientras que los ciudadanos y usuarios de los recursos sí”, dijo Ostrom tras conocer la concesión del Nobel. Y anotó: “Los humanos tenemos grandes aptitudes, pero de algún modo hemos adquirido alguna creencia de que las autoridades tienen capacidades genéticas de las que el resto carecemos”.

El gran enemigo de una buena gestión de la propiedad común es esa pretensión de organizar, desde el poder, la vida de la comunidad, sustituyendo las instituciones que surgen espontáneamente por estructuras artificiales. La única tragedia sería ignorar esta bella formalización del sentido común.

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