Hay lecturas que me dejan compungido. El colmo, cuando para mi desconcierto me cuesta leer el párrafo final velados como se hallan mis ojos por una nube que me cuesta admitir que son lágrimas. Desde siempre, pese a que de sentimental tengo bien poco, asegurándome así que no es cosa de la edad. Agregaré que es la novela histórica el subgénero que prefiero. Entre otras razones porque el concurso de la ficción lleva a la posibilidad de explicarnos mejor el comportamiento de personajes que pasaron a la historia de la mano de su condición humana.
He concluido la lectura de “El último tango de Salvador Allende” de Roberto Ampuero, escritor chileno (Ed. Sudamericana, 2012). De un tirón. Pan caliente, y del mejor, a nivel hispanoamericano.
Música de fondo, tangos que se van sucediendo y algún bolero. Apenas tres personajes: El Doctor, Salvador Allende presidente de Chile y su viejo conocido, Rufino el panadero, desde cuando asistían a la ‘cátedra’ que dictaba en su zapatería un anciano anarquista italiano en Valparaíso, y el ex agente de la CIA llegado a Chile, de vuelta luego de muchos años, con las cenizas de su hija y la promesa de que fueran entregadas a quien había sido el único amor de su vida y resultó ser un muchacho del Frente Popular, asesinado cuando cayó Allende.
Una novela histórica es un gran desafío para quien se propone escribirla. Debe hallarse bien informado de los acontecimientos que se relatan. Muy al tanto del pensamiento de los protagonistas de carne y hueso que intervinieron. De ese entorno, bien situado, en el que se mueven y actúan los personajes creados por el novelista. Para ser leída con provecho a más de bien escrita como es el caso de “El último tango de Salvador Allende”. Con un agregado: esa picardía, esa ironía discreta, ese tenue sabor picante que tienen los chilenos en sus escritos.
Conversaciones y reflexiones estremecedoras las que mantiene el Doctor con su amigo de siempre, Rufino el panadero, devenido en uno de los servidores de la Casa Presidencial. “Las utopías reflejan anhelos humanos superiores, pero no pueden proponerse cancelar el desarrollo infinito de la historia, compañero”. “Al Doctor le indigna la política radical que impulsan socialistas y miristas, estos le tildan de reformista y le exigen medidas drásticas para aplastar al enemigo burgués”. “La tolerancia no se la debo al marxismo, Rufino, sino a mi formación masónica, que se inició con mi abuelo, Allende Padín, al que le decían El Rojo”. “¡Un presidente chileno jamás se rinde, mierda!”, y el Doctor recordaba al presidente Balmaceda, quien no claudicó, se suicidó el Doctor, Rufino, dos colegas de Allende y unos tantos leales resisten hasta el final. Saltan por los aires, por sobre lo que queda del Palacio de la Moneda, las notas rotas de La Cumparsita.