‘Señor Presidente, queremos paz. Abajo el sicariato”. Era el grito de los comerciantes del mercado 12 de Abril, quienes fueron parte de la marcha blanca, organizada en Cuenca este jueves 17 contra la inseguridad.
Atrás, moradores del popular barrio Cristo Salvador exhibían una pancarta: “Hay un mundo de delincuentes por falta de autoridades”.
Por las calles del centro, miles clamaron por la paz y rechazaron la violencia. Alguien exclamó que la marcha era voluntaria, no pagada.
Los colegiales con tambores y pitos. Los universitarios con banderas blancas. Las organizaciones femeninas con sus cartulinas en las que demandaban “¡No más!” al robo y al crimen.
Las jóvenes preguntaban por qué la Policía aún no cumple su promesa de desarrollar un plan para darles protección a la salida de los colegios.
Más banderas blancas, más proclamas, más indignación. “Paz y no violencia”, gritaba una madre de familia que salió con su bebé. Un hombre en silla de ruedas llevaba globos blancos.
Amas de casa, empresarios, niños, maestros, oficinistas, personas con discapacidad, adultos mayores, gremios de profesionales, profesores universitarios, federaciones de artesanos y asociaciones de vendedores indígenas portaban carteles.
“Cuenca, ciudad de paz”, se leía. “Exigimos justicia”, decía otro. “No más crímenes”, proclamaba un hombre que se apoyaba en un bastón.
Todos los marchantes lucían el adhesivo “¡Ya basta!” como símbolo del miedo que se vive en Cuenca.
Horas después de la marcha, en las calles los ciudadanos comentaron el éxito de la iniciativa y ahora esperan una respuesta concreta.
Como muchos ecuatorianos, los habitantes de esta ciudad también están cansados de que asaltantes y sicarios alteren su cotidianidad.
El reciente asesinato al empresario Fausto Malo Heredia fue el detonante.
Pero hay otros casos. La muerte del ciudadano Germánico Bravo Jara, por ejemplo, aún no se esclarece.
Son millones de compatriotas los que repudian el sicariato. Un sicariato que mata y asesina. Que extingue la vida de inocentes a cambio de dinero.
Son, también, millones de compatriotas preocupados de que uno de sus familiares, o ellos mismos, puedan morir en un asalto, de que sus hijos no estén seguros en las calles, de que una noche ingresen a su casa y se lleven todos sus bienes, de que en un restaurante o en cualquier espacio público alguien entre, mate y huya.
La pancarta que decía: “Señor Presidente, queremos paz” fue un clamor colectivo frente a la incapacidad gubernamental de proteger a los ciudadanos.
¿Es justo para el país crear la figura de ‘sicarios de tinta’ cuando uno de los problemas más graves son los sicarios de verdad?