Cuando Luis Fajardo llegó a Pedernales, después de un angustioso viaje de 12 horas, lo primero que vio fue a un pequeño sollozante, sentado en lo que quedaba de una vereda resquebrajada. “Junto a él había una vela encendida que iluminaba a un señor, parecía su padre, tendido en la calle, muerto. Lo estaban velando. Fue una película de terror”.