La semana que se acaba, Orson Welles hubiera cumplido 100 años. El 6 de mayo para ser más exactos. Murió 30 años atrás (1985), pero su figura crece con el tiempo, quizás no en popularidad, pero sí en el ámbito del arte cinematográfico. Hizo estallar el cine en mil pedazos en 1941, cuando apenas cumplía 25 años, no había pisado jamás un set de filmación y se atrevió a hacer una película (‘El ciudadano’) que revolucionó el arte que lo contenía. Hay datos en la biografía de Welles que sorprenden porque se parecen demasiado a los de un personaje de película. Nació en 1915, hijo de un inventor y una pianista culta. Fue prodigio como tantos talentos musicales de la historia. Podía ser actor, dibujante y narrador casual desde que empezó a hablar. Una curiosidad innata lo llevaba a responderse preguntas sofisticadas, pero además era arrogante y el exhibicionismo era una característica que sorprendía y que sus familiares supieron fomentar. Como tantos niños prodigios, no había aprendido a sumar
El Nacional, Venezuela, GDA Ya no sé en cuál de las colas fue. Pudo ser en Locatel, donde buscaba champú y apenas conseguí Lipitor.
El martes me encontraba bajo la lluvia. Mi carro dejó de funcionar y me quedé varado. Después de entender que mi carro no volvería a la vida, llamé al concesionario donde siempre llevo el automóvil para el servicio. Pensaba que ellos podrían tener una grúa que me auxiliara. Uno a veces tiene ideas raras. Parecía el día del juicio final. Curiosamente, me atendió una persona en la agencia y fue amable. Le expliqué mi situación y él quiso saber cuál era mi número de cliente.
Uno abre los ojos, se toma un café, mira hacia el Ávila, descubre las primeras noticias del día, huele a cáscaras de mandarinas, hace una cola en el banco, pierde el tiempo persiguiendo algo que no hay, sabe que no podrá viajar, lee un libro y sigue viviendo. Todos los días nos despedimos de algo que no sabemos qué es. Mientras el enorme adiós en el que se ha convertido el país sigue su rutina, cae en mis manos desde la biblioteca un libro que ya he leído. Es la última obra de un escritor maldito estadounidense, Richard Brautigan, ‘Una mujer infortunada’. Es inolvidable y da las pistas de un viaje sin regreso.
Sergio Dahbar El Nacional, Venezuela, GDA
En menos de un mes se cumplirán cincuenta años del nacimiento de una leyenda, la del aventurero sin nombre y misterioso, que se juega la vida en el lejano oeste entre asesinos renegados y militares sin piedad. Así comenzó la gloria de Clint Eastwood.
Pocas veces un periodista descubre una figura con poder, con influencia política, protegido en la sombra, como un gran secreto.
En el año 2000 yo vivía en un edificio caraqueño que tenía un portero particular. Figueroa era su nombre. Todo un tipo. Uno de esos hombres que controlan el espacio que habitan todos los días. Se convierten en parte del paisaje. Y cómo.
Conocí a Gabriel García Márquez bajo el influjo de Tomás Eloy Martínez, en 1996, en Cartagena de Indias. Y como casi siempre ocurre en sus calles calientes, cuatro días se convirtieron en una eternidad.
A medida que pasan los días realidades del viejo comunismo europeo aparecen en las calles de Venezuela, como déja vù de épocas nefastas de la historia contemporánea. Por 15 años se destruyó la institucionalidad como nunca antes, pero existía cierto prurito por mantener formas democráticas. Desde que asumió el Heredero del Eterno, la convivencia se deteriora a la velocidad de la luz. Nadie pareciera detener este tren que avanza sin mando hacia ninguna parte.
En la ciudad amurallada de Cartagena de Indias, frente al Caribe colombiano, un filósofo y un escritor, Rudiger Safranski y Cees Nooteboom, el primero alemán y el segundo holandés, conversan ante una audiencia encantada.
Aquel hombre arriesgado sorprendió al mundo con el mayor robo de tren de la historia de Inglaterra, el 8 de agosto de 1963. Se llamaba Ronald Biggs y falleció en los últimos días de diciembre pasado, cincuenta años después de protagonizar el robo del siglo.
La carrera por el armamento nuclear que desataron dos grandes potencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, entre 1950 y 1968, pusieron en vilo al planeta. En ese tiempo se registraron 700 accidentes significativos con 1 250 armas nucleares.
Debe ser curioso para la presidenta de un país tener que operarse en la clínica privada de una eminencia médica que se suicidó ahogado por las deudas de la salud pública. Una paradoja que quizás se le haya escapado a Cristina de Kirchner, con tantas cosas en estos días, llenos de angustias y dramatismo.
Pasa todo el tiempo. Aparece de repente alguien que -con enormes dosis de sentido común- pone la realidad patas arriba. Es como si sintiéramos la fuerza arrolladora de algo altamente improbable que contraviene todas las creencias aprendidas hasta el momento. Un cisne negro, diría Nassim Taleb. A mí me pasó cuando leí las declaraciones del doctor Juan Gérvas.