Siento desagrado cuando observo que ciertos conglomerados descendientes de potenciales culturas milenarias, ya por conveniencia o cualquier clase de estímulo, aceptan la aculturación de costumbres foráneas; renunciando su propia lengua, su música, su vestimenta, su entorno físico y su identidad; en muchos casos inclusive desistiendo de sus apellidos ancestrales para reemplazarlos por los del mestizaje, dando a entender que con estos cambios van a mejorar su estatus social y su estilo de vida.