En la pandemia el virus de la covid-19 no ha respetado género, raza, ni poder. Se han enfermado alcaldes, gobernadores, príncipes y varios presidentes de América y Europa. Un caso patético es el de Donald Trump, quien responsabilizó a China de su origen, minimizó la agresividad del virus y desconoció a la OMS por incompetente. No contento con ello, desacató las recomendaciones de sus científicos de primer nivel y sugirió el empleo de la hidroxicloroquina y el uso de desinfectantes para tratarlo. Como era de esperar, varios de sus seguidores se intoxicaron. Se burló del uso de la mascarilla por parte de sus contrincantes demócratas y con el irrespeto a las normas de bioseguridad trató de probar su fortaleza realizando concentraciones multitudinarias, desaconsejadas. Pero el virus no es político y lo enfermó.
La restringida información da cuenta del buen estado del presidente, pero, curiosamente, recibió anticuerpos monoclonales, remdesivir y dexametasona, fármacos indicados en el manejo de los casos graves y críticos de covid-19. Encontrándose hospitalizado salió a saludar a sus partidarios exponiendo a los agentes que lo acompañaban en su vehículo y ha decidido regresar a la Casa Blanca, sin respetar la cuarentena obligada a la que todos los mortales comunes con un mínimo de responsabilidad debemos someternos: diez días, contados desde el inicio de los síntomas, en un caso leve o veinte días, en un caso moderado o grave. Cuánta razón tenía Hemingway al afirmar: “El secreto de la sabiduría, del poder y del conocimiento, es la humildad”.