San Francisco

Quito, ciudad pluricultural asentada en los Andes, justo en la mitad del mundo, se ha ido convirtiendo en un activo centro de reuniones internacionales. Para ello confluyen varios factores como su ubicación en el continente, sus carácter diverso, sus inmensos valores históricos y culturales, su variada oferta de comodidades para eventos que combinan el interés académico con la belleza del lugar, y quizá muchos otros elementos que quienes la visitan podrán apreciar.

Esta realidad se manifestó con énfasis en una reciente reunión internacional de franciscanos sobre temas educativos. Los concurrentes tenían motivos adicionales para ser bienvenidos en esta franciscana ciudad. Desde la barbarie de la conquista y el inicial establecimiento de los españoles, vinieron a Quito los hijos del Santo de Asís, pioneros de la evangelización en estas tierras.

La urbe fue fundada bajo la advocación de San Francisco y varios de sus discípulos fueron protagonistas de sus años iniciales como fray Jodoco Rique, maestro de los indios y plantador del primer trigo, y fray Pedro Gocial, uno de los propulsores iniciales del arte quiteño.

El templo magnífico y su enorme convento, el más grande de América, son íconos del país y de la ciudad, cuyo simbólico himno fue compuesto por dos frailes franciscanos, fray Bernardino Echeverría, luego nombrado cardenal, y fray Agustín de Azkúnaga, uno de nuestros grandes musicólogos. Y la imponente plaza de San Francisco, el primer sitio de reunión de los quiteños, ha sido por siglos lugar de culto popular, mercado y sitio de recreación, espacio para la protesta y seguro medidor de la convocatoria de los dirigentes políticos.

Allí, sobre esas piedras labradas para rendir culto al Creador, se han llevado adelante, por igual, rogativas para ahuyentar las pestes, los terremotos, los temblores y las plagas de langostas, ceremonias de agradecimiento al Padre Celestial por los favores recibidos, multitudinarias procesiones de penitencia y regocijo, oraciones gratulatorias al Señor Dios de los ejércitos por las batallas ganadas y funerales por las vidas perdidas, corridas de toros, carnavales y mojigangas organizadas por los divertidos quiteños, ferias y mercados ocasionales que en varias ocasiones terminaron por convertirse en permanentes, concentraciones políticas masivas en tiempos electorales en que los candidatos mostraban su apoyo sin que, eso sí, nadie pudiera ganarle en convocatoria a las visitas de la Virgen del Quinche.

San Francisco, nervio vital de Quito, identificada con su nombre, sigue siendo cotidiano espacio de encuentro de lo sagrado y lo profano, de pobres y ricos, de vendedores ambulantes y expertos en arte, de turistas y mendigos. Si se busca una de las más transparentes escenas que expresan a nuestra nación, diversa y una, allí la encontrarán.

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