Por esos milagros de voluntad y organización a las bibliotecas que mantenían los jesuitas en la Real Audiencia de Quito, les llegaba sin mayor retraso los libros y boletines de las academias que se publicaban en Europa. Así participábamos de las luces del siglo XVIII, el de la Ilustración, el de los enciclopedistas franceses.
Me dirijo a los integrantes de la Comisión de Salud de la Asamblea Nacional que en estos días están por concluir la redacción del texto del Código Orgánico de Salud, para segundo y definitivo debate por el Pleno de dicha Asamblea.
Pocos serán los articulistas de opinión a quienes no se les haya malinterpretado a más de asignarles juicios de valor que no pasaron ni por mal pensamiento por sus mentes. Que utilizo los términos humanista y humanismo como peyorativos en mi artículo “¿Volver a lo de antes?” (EL COMERCIO, 14, 12, 2017), es un ejemplo de lo antedicho. Son gajes del oficio.
Veo que se insiste en que la educación en nuestro país debe volver a ser humanista. Como era antes, cuando en escuelas y colegios se enseñaba Moral y Cívica, la Historia a nivel universal al igual que la Literatura, Lógica y Ética, pues de lo que se trataba era de formar ciudadanos responsables y cultos. Muy de corte tradicional, digamos.
Ana M. Carvajal, redactora de este Diario, al recorrer el Cementerio de San Diego por el día de Difuntos, se encontró con la lápida de Tania Paredes Aymara, quien popularizó la canción “El día de mi muerte”, uno de cuyos versos dice así: “A mí jamás me acobardó la muerte, lo que si me hace temblar es el olvido”. No se sabe más de Tania Paredes Aymara. Llegó al olvido, de no ser por los últimos quiteños que cantan pasillos de una tristeza infinita. “...y llega el día en que no queda ni un solo testigo vivo que pueda recordar” (A. Muñoz Molina). Son las autobiografías, las confesiones, los testimonios, los “escritos del yo” como han sido calificados, los medios con los que de alguna manera se logra neutralizar la finitud de la vida. De ahí también el portento que le significó al hombre contar con la escritura alfabética, aquella que con fidelidad transmite de generación en generación lo que alguien dejó escrito, inclusive sus recónditos pensamientos, pese a que bien sabido es que “Todos
Hace 70 años y algo más descubrí que en el Sur, sus gentes cantaban cuando hablaban, componían versos y no les faltaba el mote. A mi padre médico militar le tenían de guarnición en guarnición, y es así como llegué a Cuenca y el 3er Curso lo pasé en el Colegio Borja. Mis condiscípulos me parecieron seres de un mundo más amable del que había dejado en el Norte. Creo haber batido todas las marcas: conservo amigos cuencanos desde aquella época, como Pepe Neira y Claudio Cordero, y otros de más de media vida como Leoncio Cordero y Guillermo Aguilar Maldonado.
La investigación científica es de las más elevadas disquisiciones a las que puede llegar la inteligencia humana. Tal ejercicio conlleva el propósito de ir definiendo objetivamente los elementos que conforman la realidad con aportaciones al conocimiento. Es así como el conocimiento empírico fue arrollado por el científico a partir del siglo XVIII, el de Las Luces, el de los enciclopedistas, hasta nuestros días: el siglo XXI el del conocimiento, en el que se van develando los arcanos de la corteza cerebral, el cáncer y el espacio exterior.
Con el presente son tres artículos de mi autoría del mismo título. Calificarme de reiterativo sería injusto en el entendimiento de que es en el campo de la salud pública en el que se hallan, como en ningún otro, las claves que explican el subdesarrollo empantanado en el que van hundiéndose los pueblos que comparten similares desventuras. El que no hayamos llegado a convencernos que el Ministerio de Salud Pública (MSP) está llamado por sobre todo a prevenir las enfermedades y no a construir hospitales es algo que ocurre en Nigeria y Ecuador, por ejemplo, y porque los dos entre otras similitudes son países petroleros y sus políticos han sido tachados de corruptos.
Una de las claves que explican el subdesarrollo en el que va hundiéndose un país (subdesarrollo empantanado), bien puede ser la incapacidad para identificar y resolver los problemas prioritarios, inclusive cuando se cuenta con los recursos necesarios. Se les asigna toda la razón a quienes sostienen que sin desarrollo en la educación, la ciencia y la tecnología no pueden darse las transformaciones que conducen a las revoluciones soñadas. Tan solo cuando se cuenta con profesionales calificados se puede salir del pantano. Son quienes inician con solvencia las políticas de Estado a ser mantenidas en el tiempo, con modificaciones de ser el caso, sin desviarse de lo medular, las metas. Las mentes enanizadas, las de los políticos del Tercer Mundo, son incapaces de perseverar. Cuando, por esos milagros que si se dan, llega al poder un estadista, es liquidado por los feroces enanitos.
No hay otra salida en momentos en que una red de corrupción se ha puesto en marcha y nos va conduciendo a lo que en nuestro país ha sucedido siempre: “Llegaremos a las últimas consecuencias”. Sí, a las últimas consecuencias: a la impunidad de los delincuentes y a la indefensión de quienes actuaron en nombre de la Ley.
El 10 de agosto de 1809, día en el que conmemoramos nuestro pronunciamiento por la independencia, también debería ser recordado en uno de los capítulos de “La historia del libro en el espacio ecuatoriano”. Empeño, debería ser, de los historiadores de oficio. Por mi parte he contribuido a desarrollar tal tema en la Presentación del No. 1 de la Colección Bibliográfica Científica Ecuatoriana (Ed. CCE, Quito, 1995).
Se imponía un nuevo director del Diario El Telégrafo que le diera “independencia editorial basada en los intereses de la ciudadanía y no de un partido político o Gobierno”, en opinión hecha pública de Fernando Larenas. Interpretaba así el pensamiento del señor Presidente Lenín Moreno al asumir tal dirección. Es de advertir que quienes dirigen actualmente Alianza País no estuvieron de acuerdo en que El Telégrafo fuera un diario independiente, más aún cuando se ha manifestado la voluntad que el importante diario guayaquileño no dependa económicamente del Gobierno de turno.
El Instituto de Biomedicina de la Universidad Central del Ecuador (UCE) llevará el nombre de Rodrigo Fierro Benítez. Él es médico, investigador científico, docente universitario, articulista de opinión, historiador y ensayista ecuatoriano.
Que el presidente Lenín Moreno dialogue con los representantes de los partidos y grupos políticos que perdieron las elecciones a mí me deja frío sin llegar a la rigidez cadavérica, tanto es así que estoy escribiendo este artículo de opinión.
En uno de sus artículos, publicado en este Diario, Jorje H. Zalles nos recordaba que en la fachada de la Escuela de Derecho de la Universidad de Harvard una leyenda gravada en piedra dice: “No bajo el hombre sino bajo Dios y la Ley”. Así y tan solo así se comprende lo que debe entenderse por Estado de Derecho. Quienes están llamados a hacer justicia, a su probidad debe sumarse, necesariamente, un profundo y amplio conocimiento de las doctrinas que sustentan los textos jurídicos, cuyos extremos llegan a la condición humana. Es la razón por la que en las sociedades en las que impera la ley y se vive un Estado de Derecho, los abogados gozan de prestigio. Con tales protagonistas se llega al punto en que la impunidad ha sido desterrada. El caso de Nixon y el de Dilma Rousseff son ilustrativos.
Un sueño: que la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Central del Ecuador (UCE) cuente con un Centro de Biomedicina en el que equipos de investigadores, a tiempo completo, hallen un piso y un techo, el respaldo y el reconocimiento institucional, y así puedan desarrollar una vocación que inclusive en los países desarrollados es poco frecuente. La investigación científica requiere de actores ejercitados en el dolor de pensar, de discurrir con propiedad con base en una formación rigurosa, so pena de descubrir el agua tibia o la pólvora. El investigador científico requiere de conocimientos actualizados lo cual al presente no es cosa del otro mundo (del mundo desarrollado); para eso está la informática, el internet. Y como, en la actualidad, las variables e indicadores involucrados en un proyecto de investigación van mucho más allá del pizarrón y la tiza, el investigador científico requiere de equipos modernos, cada vez más sofisticados, para demostrar la concurrencia de factores
A partir de cuando en la Tertulia de Lectores que mantenemos desde hace diez años se presentó “El hombre que amaba a los perros” (la historia novelada de Trotski), del cubano Leonardo Padura, sus otros relatos han continuado sorprendiéndonos dada la saña con la que se describen las más variadas situaciones del infierno que se vive en la isla de los Castro, para el hombre del común, la mayoría. Es la demostración, dicen unos, de la libertad de expresión que gozan los cubanos. Para otros, tan leído como es Padura, una fuente de divisas en un país tan necesitado de monedas fuertes como es Cuba. No faltan quienes a mi juicio dan en el blanco: ni con palo de romero se encuentra en los escritos de Padura la menor alusión a los Castro, al Partido Comunista Cubano, a las Fuerzas Armadas de la isla.
De bandazo en bandazo, es la historia de la gestión pública que nos ha caracterizado. Una nave al garete nuestro desventurado país, en todos los frentes. De ahí que los resultados de las últimas elecciones, luego de 10 años de gobierno de Rafael Correa, sorprenden. Habrá continuidad, hasta donde es posible predecir, de políticas de Estado que apunten a lo que es importante a criterio de cada cual. En mi caso, la educación pública en todos sus niveles, la investigación científica y el desarrollo tecnológico. Respondo a mi circunstancia: toda una vida dedicada a la docencia universitaria y a la investigación científica.
A partir de 1963 ejercí la docencia en la Universidad Central del Ecuador (UCE), durante 43 años hasta mi jubilación. Soy, pues, testigo de cargo de la acción devastadora de la barbarie que se impuso en las universidades públicas a partir de los años setentas y de la despreocupación de los gobernantes que se sucedían ante el desastre de la educación estatal en todos sus niveles. Resultaba una falacia la afirmación de un político que llegó a la presidencia de la República: “El país será lo que la universidad quiere que sea”.
A tiempo de concluir este artículo, a ser enviado con la antelación debida, de acuerdo a los datos suministrados por el CNE, el 94,5% de los votos han sido escrutados y son décimas las que le faltan a Lenín Moreno para llegar a la Presidencia en la primera vuelta. Con la posibilidad, desde luego, que Guillermo Lasso acorte la distancia y no se llegue al 10% de diferencia, con lo cual el balotaje es mandatorio.