¿Revolución ciudadana?

Son 5 años en que la lógica mediática del régimen repite hasta el cansancio que la revolución ciudadana avanza. Cada carretera construida, cada hospital inaugurado, se presenta como un paso más de la revolución que avanza; no sabemos bien hacia dónde, pero avanza.

Si miramos con atención, más que una revolución que abata estructuras, que modifique el sistema, asistimos a la construcción del mito de la revolución, un fenómeno que ya estuvo presente en la idea de refundación que inspiró a los asambleístas de Montecristi. Todo lo anterior carecía de validez, había que inaugurar una nueva época, dejar atrás la larga noche neoliberal e ingresar al amanecer del socialismo del siglo XXI. Como toda construcción mítica, se trataba de abandonar las tinieblas para acceder a la luz; el mito pone en juego una lógica religiosa, construye una esfera sacral a la cual se accede abandonando el mundo profano del desarraigo, de la opresión, de la alienación de las masas.

El mito es lo contrario de la revolución. La revolución moderna inaugura los derechos como base y fundamento de la voluntad popular y al hacerlo sustituye las formas tradicionales de legitimidad que se concebían como derivadas de la gracia divina. La construcción mítica, en cambio, supone un ordenamiento jerárquico en el cual lo sagrado aparece como interés de la comunidad y de lo colectivo, el derecho inalienable de la autonomía moral de los individuos, aparece como resistencia o alteridad, como disidencia que debe ser reprimida y penalizada. La libertad de expresión se convierte en un riesgo para la reproducción del mito. ¿Por qué Correa y los sacerdotes de la construcción mediática pretenden controlar a los medios, porque arremeten contra la libertad de expresión? ¿No es tal vez ésta la sustancial afinidad del régimen de Correa con el régimen de Ahmadinejad?

Pero lo realmente grave es que el mito trata de camuflarse como revolución, y al hacerlo arrasa con todo lo que se pone a su paso. El ‘proceso’ no puede ser cuestionado, todos deben alinearse disciplinadamente. El ‘proceso’ requiere garantizar su continuidad, y ese se convierte en el fin que justifica el uso de cualquier medio. Desde su lógica ‘revolucionaria’, es lícito usar bienes y recursos públicos para la promoción del partido de Gobierno, es lícito tener a funcionarios financiados con recursos públicos dedicados a la promoción electoral, es lícito cambiar las reglas electorales en el mismo año de elecciones para favorecer la permanencia del líder.

El mito crea las condiciones que todo régimen autoritario exige: el proceso empieza y termina en el líder, quien impone sus decisiones, dispone encumbramientos y caídas en desgracia. ¿No será hora ya de hacer una revolución ciudadana de verdad?

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