Maximilien Robespierre sostenía: “La muerte es el comienzo de la inmortalidad”. Visto a la luz de este pensamiento, la nueva obra del maestro Jorge Oviedo cala perfectamente en esa idea de inmortalidad.
“Mi pueblo es una campana,/… San Francisco de Quito, de sayal y guitarra”. Quito de los treinta del siglo que dejamos. Memoria honda de la doble fibra de nuestro principio indígena-español, matriz de su riqueza artística, de su barroquismo, de esa luminosidad múltiple que la mostraba como un centro distinto de cualquier otro de América y quizás del mundo.