Cuando un Gobierno hace bien las cosas no debe tener temor a la crítica. La verdad no permite tergiversación, el pueblo la percibe. Aun la oposición la reconoce. La verdad se impone sola, no requiere de fuerza ni de maquillajes.Sin embargo, cuando la verdad es percibida solo desde un punto de vista, y cualquier crítica resquebraja esa visión, entonces hay que empezar a pensar en la validez de dicha verdad, y peor aún, cuando el que se cree dueño de la verdad, atemorizado, empieza a rechazar críticas, a agredir a quienes critican, a perseguir a los contradictores, a silenciar las voces que ponen en evidencia las costuras de una verdad débil por ser intransigente, con fisuras por no aceptar contribuciones, y tambaleante por no incorporar críticas.
Cuando un Gobierno comienza a perseguir por cualquier medio a sus opositores y busca, enfermizamente, disfrazar de legalidad esa persecución, está demostrando la debilidad de su verdad.
La evidencia de acciones que merecen críticas muy pronto harán surgir la reacción natural de la inconformidad. Las primeras expresiones podrán ser tímidas, pequeñas, de unos cuantos pelagatos como se los calificará, pero poco a poco, cuando esa evidencia, redundando, se hace más evidente, se sumarán más y más inconformes. Empezará a verse grupos cada vez más grandes y se escucharán voces autorizadas con críticas sesudas, que despertando del letargo conformista, saltan a la palestra a contribuir con razonamientos orientadores.
La respuesta de un Gobierno realmente democrático debería estar llena de respeto a la opinión ajena, y de aceptar el debate, enarbolando sus propios razonamientos. Aceptaría la contribución de esas críticas.
La respuesta de un Gobierno que no tiene la razón es el uso de la fuerza, la represión, el insulto, la alusión a complots y terrorismo. Eso es lo que sucede en Venezuela con el gobierno del señor Maduro, quien ante la evidencia de descontento por parte de un amplio sector de la sociedad, responde con acusaciones de terrorismo y complot a los opositores, con órdenes de prisión, ante la realidad de haber sido incapaz de conseguir que, aunque sea con ideas distintas, el pueblo acepte que se hace un buen Gobierno. Esto es una demostración de que no hubo ni hay voluntad de escuchar ideas distintas, de enmendar rumbos, de “radicalizar” ideas (?).