La renuncia

En estos días ha habido múltiples comentarios, juicios y cábalas en torno a la decisión del Papa Benedicto. Todo es según el color del cristal con que se mira... Creo que esta no es la hora de la crítica, sino la de la gratitud. Los mismos que hoy aplaudimos y respetamos el gesto de Benedicto, aplaudíamos hace unos años la terca resistencia de Juan Pablo. Y es que todo es posible cuando se tiene fe y se mantiene, a pesar de las críticas de los sabios del mundo, la coherencia de la vida.

La decisión del Papa se inscribe en este ámbito insustituible e irrenunciable de la conciencia personal. Una conciencia ética, libre, iluminada por la luz del Resucitado. ¿Qué nos queda ante ello? Una profunda admiración, veneración y respeto ante un hombre que manifiesta ser capaz de amar el Reino más que la propia vida.

Benedicto es un gran creyente. Y, ahí, en el contexto de la fe, habría que buscar las raíces de una decisión histórica. En nuestra fe cristiana la oración se vuelve decisiva e imprescindible. Benedicto rezó siempre, en la cátedra y en el pontificado, convencido de la verdad y la bondad del cristianismo. Así lo predicó con profunda lealtad e inteligencia.

El suyo es un ejemplo para todos, especialmente para los poderosos, que se aferran a cargos, destinos y prebendas cual si fueran inmortales. Rahner decía que la muerte es "hacer sitio". El Papa ha decidido hacer sitio antes de que le llegue la hora, quizá porque sabe que todas las horas son de Dios y sólo Él es el Absoluto. ¡Qué belleza sentirse relativo delante de Dios, en medio del circo de las vanidades! El suyo ha sido un buen guiño a la fe en Dios y a la confianza en una Iglesia que, en medio de sus falencias, trasciende los personalismos y se mueve al viento del Espíritu.

Como persona, creyente y obispo, me he sentido siempre interpelado por el pensamiento de Benedicto, el rigor de su teología, la claridad de sus ideas, la nitidez de sus expresiones. Pero, sobre todo, su permanente búsqueda de la verdad, a pesar de los años, de los achaques y de las decepciones. La búsqueda de la verdad es siempre una experiencia dramática a la que nadie debería de renunciar. Sólo Jesús, envuelto por el misterio de Dios y por el dolor del hombre, puede afrontar el relativismo de una sociedad capaz de cuestionarlo todo con tal de sacar provecho o de sentirse bien.

En medio del relativismo moral, Benedicto nos recuerda que lo más razonable es creer y buscar el Bien Más Alto. Algún peldaño de la escalera tendrá que ser seguro y llevarnos donde podamos ser plenamente humanos.

Y no sólo hay que reconocer su capacidad de pensar. También hay que elogiar su permanente diálogo con la modernidad, su constante presencia en la academia, en los medios, en las bellísimas páginas de sus libros y encíclicas, capaz de contrastar a los poderosos y de dar esperanza a los humildes.

¡Qué Dios te bendiga, Benedicto, y encuentres la paz y el consuelo de Aquel al que tanto amas!

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