Entender el comportamiento de las personas es el objetivo de todas las ciencias sociales. Es más, los seres humanos somos tan complejos que existen muchas de esas ciencias y cada una se dedica a estudiar un pedacito de lo que somos. Entre otras, la psicología, la sociología, la economía, la antropología y la historia tratan de comprender lo que las personas hacen (o hicieron).
Pero hay un elemento clave que siempre está presente al momento de definir el comportamiento de las personas: los incentivos. Son incentivos económicos los que hacen que una persona deje de comer papas para comer más fideos o deje de poner su plata en un banco para ponerla en otro. E incentivos no económicos son los que hacen que una persona rebase en curva, estacione en doble fila o pinte un grafiti. Pero parece que el actual Gobierno no entiende de ninguno de los dos tipos de incentivos.
Porque si la Asamblea Constituyente da una amnistía a las mulas que transportan drogas, está, claramente, dando un incentivo para transportar pequeñas cantidades de drogas. Y, adicionalmente, está dando una señal a la sociedad que el tráfico de drogas no es tan malo.
Y si, además, se rebaja sensiblemente las penas para los pequeños robos, como lo hizo el Congresillo, también se está dando una cierta señal y unos ciertos incentivos para toda la sociedad. Y si ese Congresillo tuvo su origen en una Asamblea que fue electa rompiendo la Constitución anterior, las señales de que “romper las leyes no es malo” son todavía más fuertes.
Por lo tanto, no debería sorprendernos que con ese tipo de incentivos, personas que estaban dudosas de robar o no robar, terminen robando, asaltando y hasta matando. La ola de delincuencia es una simple cuestión de los incentivos y de las señales que han dado el Gobierno y la Asamblea.
Algo similar se puede decir de la inversión privada. Si un Gobierno se lanza contra las empresas de celulares, luego modifica las normas laborales para complicar la contratación, más adelante se lanza contra las petroleras, para luego atacar a la minería y a los medios de comunicación, no sin antes haber hecho dos reformas tributarias que subieron los impuestos, tampoco sorprende que nadie quiera invertir en un país donde los incentivos para hacerlo son tan bajos.
Y si se deja de invertir, no es ningún milagro que el desempleo suba y que la pobreza aumente. Todo sigue siendo una cuestión de no entender el comportamiento de las personas ante los cambios de incentivos.
Y ahora, desde los mundos perfectos que diseñan en sus oficinas, proponen otra reforma tributaria. Ahora quieren doblar el impuesto a la salida de capitales. Y no se dieron cuenta que el sólo proponerlo ya iba a causar una salida de capitales. Que alguien les explique esto de los incentivos.